Paseo y
rebusco por entre los estantes de la biblioteca pública, como el que lee la
carta de un restaurante sin saber qué comer. Hay un par de platos que sabes que
te gustan, pero que si los comes siempre no vas a educar convenientemente el
gusto. Te paras, de repente, ante un libro de título atractivo, de cuyo autor
sólo has escuchado cosas buenas… y que tiene ochocientas páginas. Hay varios
condicionantes que terminarán influyendo en tu decisión final de llevártelo o
no a casa: ¿Voy a tener tiempo?, ¿será entretenido?, ¿seré lo suficientemente
fuerte para llegar hasta el final?.
Una vez en
casa, si el libro te engancha todas esas preguntas se diluyen como los planes
una vez compruebas que no te ha tocado la lotería. Así, lo abres hasta en las
esperas de la oficina de Correos. Es ese
punto previo, sin embargo, el momento crítico.
Antes de decidirme a llevarme a casa Pastoral
americana de Philip Roth, estuve largo rato pensándomelo, y es por esa
vagancia previa que me pasa una media de veinte minutos en la biblioteca antes
de llevarme un libro. Puede que sea algo más que eso, pues en el videoclub me
pasa lo mismo y sólo va a implicar unas dos horas en mi vida.
Comenzar a
leer un libro largo es como una novia nueva, lleno de expectativas y también de
temores por si abandonas la empresa antes de tiempo. Acabo de recibir por el correo
un artículo del Jot Down Cultural Magacine sobre las frases más célebres que
dan comienzo a novelas. Un comienzo como el de Cien años de soledad implica la exageración completa, el ritmo
definitivo que ha de marcar una lectura sin tiempo para respirar, pero no
siempre es así. Sobre todo en los libros complejos, me pienso más de una vez
embarcarme en esa aventura, pero cuando lo hago no suelo arrepentirme. Cuando
un escritor ha decidido que los materiales que engloban una historia son tan
extensos es porque tiene mucho que contar y porque el desarrollo implica
paciencia. Torrente Ballester tardó diez años en hilvanar en su mente la forma
que debía darle a La saga fuga de J. B.,
y el resultado es un libro divertido pero sumamente exigente con el lector. Yo
soy partidario de esa exigencia, de los libros que implican un duro combate del
que uno sale siendo alguien distinto, dueño de un nuevo mundo del que antes ni
siquiera tenía noticia. Las grandes novelas te hacen crecer como lector y hasta
puede que como persona, por eso hay que elegir muy bien en qué inviertes tu
tiempo; porque también Los hombres que no
amaban a las mujeres es un libro largo, esta vez de lectura fácil, y, a la
vez, una absoluta pérdida de tiempo.
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