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lunes, 14 de enero de 2013

VOY A EMPEZAR A LEER UNA NOVELA DE OCHOCIENTAS PÁGINAS



Paseo y rebusco por entre los estantes de la biblioteca pública, como el que lee la carta de un restaurante sin saber qué comer. Hay un par de platos que sabes que te gustan, pero que si los comes siempre no vas a educar convenientemente el gusto. Te paras, de repente, ante un libro de título atractivo, de cuyo autor sólo has escuchado cosas buenas… y que tiene ochocientas páginas. Hay varios condicionantes que terminarán influyendo en tu decisión final de llevártelo o no a casa: ¿Voy a tener tiempo?, ¿será entretenido?, ¿seré lo suficientemente fuerte para llegar hasta el final?.
Una vez en casa, si el libro te engancha todas esas preguntas se diluyen como los planes una vez compruebas que no te ha tocado la lotería. Así, lo abres hasta en las esperas de la oficina de Correos.  Es ese punto previo, sin embargo, el momento crítico.  Antes de decidirme a llevarme a casa Pastoral americana de Philip Roth, estuve largo rato pensándomelo, y es por esa vagancia previa que me pasa una media de veinte minutos en la biblioteca antes de llevarme un libro. Puede que sea algo más que eso, pues en el videoclub me pasa lo mismo y sólo va a implicar unas dos horas en mi vida.
Comenzar a leer un libro largo es como una novia nueva, lleno de expectativas y también de temores por si abandonas la empresa antes de tiempo. Acabo de recibir por el correo un artículo del Jot Down Cultural Magacine sobre las frases más célebres que dan comienzo a novelas. Un comienzo como el de Cien años de soledad implica la exageración completa, el ritmo definitivo que ha de marcar una lectura sin tiempo para respirar, pero no siempre es así. Sobre todo en los libros complejos, me pienso más de una vez embarcarme en esa aventura, pero cuando lo hago no suelo arrepentirme. Cuando un escritor ha decidido que los materiales que engloban una historia son tan extensos es porque tiene mucho que contar y porque el desarrollo implica paciencia. Torrente Ballester tardó diez años en hilvanar en su mente la forma que debía darle a La saga fuga de J. B., y el resultado es un libro divertido pero sumamente exigente con el lector. Yo soy partidario de esa exigencia, de los libros que implican un duro combate del que uno sale siendo alguien distinto, dueño de un nuevo mundo del que antes ni siquiera tenía noticia. Las grandes novelas te hacen crecer como lector y hasta puede que como persona, por eso hay que elegir muy bien en qué inviertes tu tiempo; porque también Los hombres que no amaban a las mujeres es un libro largo, esta vez de lectura fácil, y, a la vez, una absoluta pérdida de tiempo.

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