Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el
tiempo y a veces oigo la radio
y oigo pasar la vida
como quien pone la radio.
Canción del croupier del Mississipi
Hay
libros que te ponen del revés, poemas que mojan el papel de tus esquemas
mentales y poéticos hasta volverlos una masa informe de celulosa verbal. Es
igual que reniegues del malditismo, que pienses que el proceso literario
implica orden y trabajo. De repente lees Last
river together y ya nada es lo mismo. Alguien que vive en un psiquiátrico,
alguien que un miércoles de ceniza se convierte en obituario en la edición
electrónica de los periódicos. Un hombre que para ti era palabras y hoy es
también palabras, pero con un matiz distinto porque sabes, de repente, que se
ha muerto.
En el cenicero hay poemas y voces de amigos
que no tengo, decía en el poema citado en el encabezamiento. Pocos,
poquísimos poemas me han impactado tanto como el que estamos desgranando tú y
yo entre las palabras de este indigno archivo de WordPerfect con letra Times
New Roman tamaño doce. Algo que en su momento entendí como escritura desatada,
como un arrebato poético que no lo es tanto, que es poesía de esencia pura,
palpitante, telúrica y sangrienta. Que es alcohol, tabaco y cine; y también
desesperación y soledad, que es muchas cosas porque un poema tiene que serlo
todo.
Porque
ya decía el ahora cadáver que no existe
eso que llaman corazón, y no, porque si existiese no morirían jóvenes los
poetas; maldito amago de maldición lleno de tópicos. No te encontrarías con un
muerto de sesenta y cinco años que deja un buen número de libros en los que la
poesía es exactamente lo que él quiera que sea, sin concesiones. Escritos en
los momentos de lucidez que su mente le concedía desde las entrañas de la
locura. Escribir en España – decía
también – no es llorar, es beber, es
beber la rabia del que no se resigna a morir en las esquinas. Así que,
supongo que Leopoldo debió de intuir esta muerte que pide auxilio detrás de
cada poema que uno escribe. Ese sentimiento de rabia vital al que te lleva un
vida injusta; derrumbarse como un árbol
ante los farolillos de esta verbena cultural; la inopia de un país de
borregos, o más bien aborregado por cuarenta años de asesinos con frailes
bendiciendo, que diría el gran Neruda. Él decía que veníamos de cuarenta años
sin ideología, y es cierto, y que al proletariado sólo le quedaba la picaresca.
Empiezo a darme cuenta de que a los poetas habría que hacerles caso en vez de
mirarlos como si fuesen templos. Pienso, en el fondo, que Leopoldo María Panero
escribía con la consciencia amarga de que en este país nadie escucha. Aún así,
tuvo el valor de escribir siempre.
Va
por ti, Leopoldo, este texto desordenado e impulsivo, fruto de lo que soy capaz
de hacer. Me volvería loco, clínicamente hablando, durante un día para escribir
algo mejor, pero cada uno hace las cosas en función a sus limitaciones. Ahora
eres el decimosexto hombre en el cofre del muerto. Descansa, lo que no
descansaste en vida… con la botella de ron.