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jueves, 6 de marzo de 2014

A LEOPOLDO MARÍA PANERO, IN MEMORIAM



Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Canción del croupier del Mississipi
           
            Hay libros que te ponen del revés, poemas que mojan el papel de tus esquemas mentales y poéticos hasta volverlos una masa informe de celulosa verbal. Es igual que reniegues del malditismo, que pienses que el proceso literario implica orden y trabajo. De repente lees Last river together y ya nada es lo mismo. Alguien que vive en un psiquiátrico, alguien que un miércoles de ceniza se convierte en obituario en la edición electrónica de los periódicos. Un hombre que para ti era palabras y hoy es también palabras, pero con un matiz distinto porque sabes, de repente, que se ha muerto.
            En el cenicero hay poemas y voces de amigos que no tengo, decía en el poema citado en el encabezamiento. Pocos, poquísimos poemas me han impactado tanto como el que estamos desgranando tú y yo entre las palabras de este indigno archivo de WordPerfect con letra Times New Roman tamaño doce. Algo que en su momento entendí como escritura desatada, como un arrebato poético que no lo es tanto, que es poesía de esencia pura, palpitante, telúrica y sangrienta. Que es alcohol, tabaco y cine; y también desesperación y soledad, que es muchas cosas porque un poema tiene que serlo todo.
            Porque ya decía el ahora cadáver que no existe eso que llaman corazón, y no, porque si existiese no morirían jóvenes los poetas; maldito amago de maldición lleno de tópicos. No te encontrarías con un muerto de sesenta y cinco años que deja un buen número de libros en los que la poesía es exactamente lo que él quiera que sea, sin concesiones. Escritos en los momentos de lucidez que su mente le concedía desde las entrañas de la locura. Escribir en España – decía también – no es llorar, es beber, es beber la rabia del que no se resigna a morir en las esquinas. Así que, supongo que Leopoldo debió de intuir esta muerte que pide auxilio detrás de cada poema que uno escribe. Ese sentimiento de rabia vital al que te lleva un vida injusta; derrumbarse como un árbol ante los farolillos de esta verbena cultural; la inopia de un país de borregos, o más bien aborregado por cuarenta años de asesinos con frailes bendiciendo, que diría el gran Neruda. Él decía que veníamos de cuarenta años sin ideología, y es cierto, y que al proletariado sólo le quedaba la picaresca. Empiezo a darme cuenta de que a los poetas habría que hacerles caso en vez de mirarlos como si fuesen templos. Pienso, en el fondo, que Leopoldo María Panero escribía con la consciencia amarga de que en este país nadie escucha. Aún así, tuvo el valor de escribir siempre.
            Va por ti, Leopoldo, este texto desordenado e impulsivo, fruto de lo que soy capaz de hacer. Me volvería loco, clínicamente hablando, durante un día para escribir algo mejor, pero cada uno hace las cosas en función a sus limitaciones. Ahora eres el decimosexto hombre en el cofre del muerto. Descansa, lo que no descansaste en vida… con la botella de ron.