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miércoles, 9 de septiembre de 2020

TODO ERA UNA BROMA, DAVID

     Hace ya tiempo que terminé de leer La broma infinita de David Foster Wallace, libro del que ya hablo en un artículo anterior. Ahora, por fin, he llegado al final de ese extraño camino que nos plantea el autor, así que ya puedo hablar con un poco más de conocimiento de causa... Un poco sólo, no creáis. 
Siempre he argumentado que me encantan los libros que te puedes plantear como reto, esas obras que te agarran por las solapas del intelecto en un duelo del que no saldrás indemne, y la novela de Foster Wallace lo es. No te engaña, ya con el título te advierte que estás ante algo difícil de abarcar, y que no deja de ser una broma. Sin spoilers, es la cara que se me quedó al terminarlo.
Yo ya me había enfrentado al autor con La escoba del sistema, libro menos ambicioso, pero igual de retorcido en su manera de contar cosas aparentemente intrascendentes. Ahora se trataba del plato fuerte, de la obra magna de un escritor siempre peculiar, cuya trágica muerte nos ha privado de una trayectoria que no tendría límites. 
     En su Broma cuenta la saga de los Incandenza, una familia en torno a una escuela de tenis - el autor jugó al tenis de competición durante años - en un mundo con Canadá, México y Estados Unidos formado un sólo país. Hay varias presuntas tramas, y digo presuntas porque siempre parece que va a pasar algo, pero bueno... Hay una película que engancha a la gente al punto de dejarlos catatónicos, hay un padre suicida, consumo de toda clase de sustancias, y, como no, una sátira del sueño americano. Es, en resumen, una constelación de relatos que se superponen a la que hay que añadir infinidad de notas que amplían las tramas hasta el infinito. 
     Lo que nos plantea el autor es un experimento largo y difícil, una metáfora sobre el entretenimiento en la sociedad americana, tanto el audiovisual como el químico. No es un libro agradecido, cierto, hay que entrar en él con ganas, la mente abierta y el cerebro descansado. Exige un compromiso serio. De hecho el otro día leí que lo mencionaban en una lista de obras con mayor número de abandonos. Sin embargo, si uno es capaz de entrar en la urdimbre de historias que plantea se encontrará ante un mundo peculiar, absorbente, en el que existen bebés gigantes y catapultas que lanzan la basura a una gran concavidad que ocupa kilómetros y kilómetros... Algo distinto, al fin y al cabo.
     Para mí, este libro encierra también una sutil parodia de la gran novela americana, ese género de novelas larguísimas que tanto gusta a los autores de los Estados Unidos, y lo hace con una radicalidad que nos hace plantearnos los límites de la novela, si es que este género tiene alguno. Foster Wallace golpea con saña en la cara de los Roth, DeLillo y compañía, reventando los códigos del género de mil formas: la difuminación de las tramas, el número ingente de notas al margen, que constituyen un crisol de historias nuevas, etc... Y cómo no mencionar el extraño mundo en el que se desarrolla la trama, con  bebés gigantes, la catapulta de basura (sí, hay una catapulta que la lanza hacia un gran agujero a miles de kilómetros), y el movimiento terrorista de independentistas quebequenses en silla de ruedas. Una amalgama de rarezas que sólo podía salir de la retorcida y medicada mente de su autor.
     A estas alturas de mi vida, reconozco que no he tenido el valor para enfrentarme al Ulises, del que su autor decía que estaba escrito para ocupar a los críticos durante cien años. En parte, también es por mi rumbo errático a la hora de escoger las lecturas, aunque por otro lado también tiene que ver con cierta pereza. Sin embargo, la novela que ocupa este artículo es una cumbre, y al terminarla me siento como si hubiese escalado un ocho mil. Además de su manifiesta complejidad, hay una serie de intangibles en su estilo que ya se adivinaban en La escoba del sistema (siempre me da pena no saber inglés para acceder al original), un "algo" diferente en la forma de contar, de decir, que vuelve cualquier hecho, por intrascendente que sea, en algo atrayente a los ojos del lector; siempre que sea un lector voluntarioso y valiente. 
    Llegado a este punto de mi redacción, sigo sin atreverme a recomendar su lectura. Este texto, más bien, es una advertencia, un abandonad toda esperanza, aquellos que entréis, ante un libro decididamente singular. Más que una novela, un desafío que no deja de ser divertido una vez que uno es capaz de introducirse en su peculiar universo. El sueño americano, que ya he mencionado, se derrumba hecho trizas, onnubilado por distintas clases de narcóticos, deshecho por la cultura de la imagen, golpeado por las exigencias del deporte de elite (Foster Wallace fue tenista en su juventud), al mismo tiempo que la novela como tal se nos deshace entre las manos. 
     Todo esto, después de todo, no es más que una broma infinita.