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jueves, 24 de enero de 2013

HABLEMOS, HOY, DE SEXO


                Sexo necesitamos todos;
los que menos, para nacer.
Brais Ocampo, en Tu piedra mojada (Ediciones Intermitentes)

            Voy a hablar de sexo, sí, porque me encanta hacerlo. Sin embargo, como siempre, este es un blog de literatura, así que voy a hablar de ambas cosas. Es curioso que la misma pulsión que ha llevado a la humanidad a inundar Internet de millones de páginas porno es la que nos ha hecho crear hermosas páginas que hablan del deseo o directamente del intercambio de fluídos. Existe un tálamo infinito en la historia de la literatura que ya desde los poemas de Safo inunda este universo de letras (“Yo te buscaba y llegaste/ y has refrescado mi alma/ que ardía de ausencia”). Más allá de la literatura propiamente erótica, la pulsión sexual está presente en los libros desde siempre. Es como un tabú a voz en grito.
            Porque el sexo invade el cerebro de una forma hasta agresiva en ocasiones, y los escritores, gremio que presume de ser especialmente sensible a las mareas del alma humana, reflejan una y otra vez la fuerza del deseo. Muchos poemas de Cavafis hablan de efebos singularmente hermosos, por los que se ha pagado hasta un tálero, y así, con delicadas palabras, nos habla de este amor oscuro (en la acepción lorquiana) entremezcándolo con ese sentimiento de nostalgia que también manifestaba Safo.
            Al sexo nos enfrentamos de varias formas: impulsiva, nostálgica, vital o angustiosa, pero siempre está ahí. Un cargo de Esquerra Republicana intentó que se prohibiese en España Memoria de mis putas tristes de García Márquez por incitar a la pederastia, pero yo opino que, más que eso, nos habla del sexo otoñal, de la predilección por una frescura que perdemos con los años. Y, además, la literatura puede hablar de lo que le dé la gana, que el criterio moral depende de el espíritu crítico del lector.
            Desde las bizarradas de Apuleyo hasta la violencia sexual explicita del Marqués de Sade, el sexo ha estado siempre presente, y no en todos los casos de forma agradable. Y es que, como toda pulsión animal en este mundo socializado, no carece de contradicciones. El erotismo ha dado a la literatura magníficas obras como El amante, así como una caterva de libros propios de la literatura de cordel que, como buena parte de la literatura comercial, prefiere el público al talento (opinaría sobre Cincuenta formas de Grey, pero no la he leído y no tengo la cara tan dura). Buena parte de la poesía amorosa se ha dedicado a exaltar el género opuesto o el mismo género dentro de los parámetros del erotismo (“Cuerpo de mujer, blancas colinas”, que dijo Neruda). En nuestros poemas de escarnio e maldizer la sexualidad es pícara, socarrona y bastante explícita, todo lo que no teníamos en las cantigas de amor y de amigo, siempre tan sufrientes. Algo que no heredamos de la madre Provenza es ese día siguiente, después de haber compartido lecho con el objeto de deseo, en el que el amante se lamenta de la próxima llegada del marido. Si es que a veces pienso que en el medievo gallego heredamos, sobre todo, la costumbre de llorar.
            Es bastante indicativo el hecho de que el sexo, o la escasez del mismo, haya llenado tantas páginas; demuestra la importancia, más allá del mismo fin reproductivo, que le damos entre nuestros quehaceres diarios. De nuestras necesidades, en muchos casos es la menos satisfecha y la que conlleva más complicaciones, así que la literatura no iba a ser menos. En su continua exploración de las preocupaciones humanas no podía faltar toda esa libido que rije en no pocas ocasiones nuestro comportamiento. Porque las letras y la vida van de la mano, y prendida a ésta y otras partes de nuestro cuerpo está la líquida incandescencia del deseo.
            Por el sexo lloramos, luchamos y nos equivocamos. Muchas veces lo confundimos con el amor; late dentro de nosotros como una fuerza imparable, y es así como va encontrando hueco en cada texto, en cada canción o poema, porque a veces la naturaleza nos desborda. Es igual cuántas barreras nos quiera poner la razón. Siempre estará llamando a nuestra puerta.


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