Yo quería escribir la canción
más hermosa del mundo
Joaquín Sabina
La
canción más hermosa del mundo es una de esas canciones a las que a veces me
engancho, escuchándolas, a lo mejor, durante una semana. Uno, que lleva desde
los ocho años escogiendo palabras para llenar páginas, daría lo que fuese por
escribir algún día un texto de esos que pasados los años la gente cita, cuelga
en sus perfiles de Facebook o que incluso utiliza para poner como ejemplo.
Borges, uno de mis grandes escritores de cabecera, dijo alguna vez que
cambiaría toda su obra por escribir una página perfecta, que con el paso de los
siglos siguiese siendo indiscutible. Ahí es nada.
Cada
palabra que se elige es fruto de un proceso no siempre consciente en busca de
una inalcanzable perfección. Yo diría incluso, y ya he hablado de esto en el
blog, que toda literatura es la búsqueda de ese momento sublime en el que una
vez que lo has logrado te recreas como el alpinista que alcanza la montaña más
alta. Vas a tener que bajar de nuevo en busca de nuevos retos. Porque esto
nunca termina, señores, nunca llegas a un punto en el que digas “ya está, ya
soy realmente bueno”. El universo literario, además, está lleno de referentes
literarios de calidad inmensa. A veces, inluso, de extraterrestres de las
letras que como Georges Perec se arriesgan a construir mundos diferentes en
formatos que tú creías un estándar. Véase como ejemplo su libro La vida, instrucciones de uso, en el que
te atrapa durante más de seiscientas páginas sin una trama concreta, solamente
con esa acumulación de microcosmos que constituye un edificio de viviendas.
Desde
que en mi camino literario cobré conciencia de la gran variedad que existe en
la literatura, siempre quise experimentar, hacer algo distinto. Creedme si digo
que no hay nada más difícil. Frente al dinero o a la fama yo aspiraba a la
excelencia (lo cual no quiere decir que descarte las otras dos, ni mucho
menos). Lo difícil de todo, lo más endiabladamente complicado, es conseguir que
esa conjunción de aspiraciones no te frustre hasta el punto de cercenar tu
avance. Hay que aspirar a lo mejor, sí, pero sin olvidad que todo es el fruto
de una serie de pasos, a veces rápidos y a veces lentos, que no siempre van tan
siquiera hacia delante.
Lo
que quiero decir es que el perfeccionismo es bueno, te exige y te ayuda a
mejorar, pero en exceso es paralizante; y la literatura consiste en avanzar,
sin saber muchas veces hacia dónde.
Es
por eso que seguiré durante mucho tiempo soñando con esa página perfecta, pero
durante su búsqueda intentaré escribir el mayor número posible de páginas no
tan perfectas en las que desplegar mi personal universo. Porque en la verdadera
literatura Ítaca no existe, sólo hay viaje, y mientras seamos conscientes de
ello igual conseguimos un puñado de buenos párrafos o estrofas que nos
sobrevivan. Porque, después de todo, la literatura no es más que un modesto
intento de inmortalidad.