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miércoles, 25 de marzo de 2015

LITERATURA Y CINE. ADAPTACIONES VARIAS (II)

He aquí tres nuevos comentarios sobre adaptaciones cinematográficas de novelas, lo cual justifica el (I) del título de la anterior entrada dedicada a este tema. Buscando obras que comentar me he dado cuenta de que no tantas veces se ha dado en mi vida la coincidencia de haber leído el libro y visto la película, cosas de ser un lector desordenado.


LA NARANJA MECÁNICA

-Novela: Anthony Burgess, 1962.
-Película: Stanley Kubrick, 1971.

Con Kubrick hemos topado, con todo lo que eso conlleva. La novela de Burgess no es un libro del todo fácil: muy violento y escrito en una peculiar jerga de influencias rusas de la que, finalmente, el autor aceptó incluír un glosario. El propio Anthony Burgess afirmaba que, según se leyese, era un curso de ruso. He de decir que a mí me gustó mucho, y que lo leí muchos años antes de ver la película porque eran tiempos en los que no tenía dinero para videoclubs y el acceso a internet era cosa de las películas. En 1971 nuestro querido Stanley rueda una versión magnífica, con una estética peculiar y su sempiterno perfeccionismo. Este film estuvo rodeado de polémica, pues tras una serie de hechos violentos acaecidos en Gran Bretaña protagonizados por jóvenes que se decían influenciados por la película, el propio director consiguió que la película se prohibiese en este país; no se pudo ver hasta después de su muerte.
Como todo lo que rodea a Kubrick, no deja indiferente a nadie: el novelista lo acusó de malinterpretar su obra y llegó a arrepentirse de haberla escrito. Yo la considero una gran película (vamos, yo y la crítica entendida, para qué negarlo).



PETER PAN

-Novela: J. M. Barrie, 1911.
-Películas: Disney, 1953, Steven Spielberg, 1991, Hook, el capitán Garfio.

Aquí hay varias cuestiones: en realidad Peter Pan era una obra de teatro de 1904 que devino en libro para niños. De las dos películas que menciono, sólo la de Disney es una adaptación, la de Spielberg es una recreación del mito, pero vayamos por partes.
Disney mantiene la magia del niño que se niega a crecer, con ese "algo" tan especial que poseen los largometrajes del Disney más clásico. Sin embargo, hay cierta profundidad en el libro de Barrie que, en mi opinión, se diluye un poco en la película. El pirata da miedo realmente, y la determinación final de Peter Pan cuando quiere acabar con él, con ese tic tac obsesivo del reloj, que en su día se había tragado el cocodrilo junto con la mano del pirata, susurrado por el protagonista le da un aire "adulto" que no encuentro en la cinta animada. Sin embargo, es una buena, muy buena, adaptación.
En el caso de la película rodada por Spielberg, se trata del regreso de un Peter Pan ya adulto, que yo quería mencionar porque casi se me saltan las lágrimas por aquello del fin de la infancia. Lo dicho: no es una adaptación en si misma, pero vale la pena verla.

LOLITA

Novela:Vladimir Navokov, 1955
Película: Stanley Kubrick, 1962.

El morbo hecho historia, en teoría, de tal forma que se denominan Lolitas a las chicas muy jóvenes con componente erótico. Ya hay que ser bueno para introducir un término en el lenguaje de esta forma.
En la novela de Navokov está todo lo malo de esta relación. Un hombre de edad madura se enamora de su hijastra de doce años, cuando su mujer lo descubre huye de casa y muere asesinada. El periplo del protagonista con la niña a lo largo de Estados Unidos está lleno de amargura y de pasión morbosa, casi criminal (o sin casi¨). Un relato sobre el amor pederasta y una novela genial en todos los sentidos.
En la adaptación cinematográfica, a cargo del maestro Kubrick, la censura impuso una actriz de catorce que apartentaba diecisiete, que ya podía resultar morbosa per se, lo cual le resta algo de ese aire enfermizo que destilaba la narración del autor ruso-americano. La película es magnífica, pero infinitamente menos malvada que la novela.

 

jueves, 5 de marzo de 2015

TREINTA Y SIETE POR CIENTO

Hace ya bastantes años trabajé en una cuadrilla de incendios, en el que fue uno de mis mejores empleos por aquello del aire libre. Como pasábamos un buen número de horas limitándonos a la vigilancia, yo siempre llevaba material de lectura, cuando no apuntes de la carrera (dichosos apuntes de fonética histórica, que viajé con ellos a todas partes). Uno de aquellos días, en el que, lo recuerdo, estaba leyendo La escala de los mapas, de Belén Gopegui (por cierto, muy recomendable), un compañero de trabajo que no se caracterizaba precisamente por su pasión lectora me dijo algo significativo: "aínda vas quedar parvo de tanto ler". No voy a incidir en su idiosincrasia, pues responde a un contexto cultural determinado y todos somos fruto del ambiente, sino en esa realidad de nuestro país.
Pues bien, yo, aun a riesgo de ser un Quijano moderno, leo todo lo que puedo. Igual tengo un acervo literario normalito, pero intento aumentarlo en la medida de lo que puedo. Tampoco es esto de lo que quería hablar, que uno no está aquí para presumir, aunque el blog sea mío. Quería mencionar ese treinta y siete por cierto de la población que no lee nunca un libro, que es, así con mano amplia, casi la mitad de la gente que vive en este país, o poco más de un tercio si nos atenemos al optimismo estadístico.
No sé quién decía aquello de que leer nos da la oportunidad de vivir más de una vida, afirmación que comparto sin reservas. Leer es como soñar despierto, solo que de forma organizada. Y toda esa gente que no lee se lo pierde. Que puede ser que vean mucho cine o escuchen mucha música, no pretendo ser elitista, pero no, no leen, no abren un libro con la expectativa de lo que va a pasar ni se sumergen en un universo construído con palabras, que es la quintaesencia de este homolocuens que hemos conformado al cabo de enones de evolución. Esto a mí, que me rompo la cabeza por ordenar una frase después de otra, por construír pequeños fragmentos de vida sobre el papel, me afecta, por qué no decirlo.
En otra ocasión, un conocido mío presumió ante mí de no haber leído nunca un libro. Puedo entender que no lo haya hecho, pero es como presumir de no haberse acostado nunca con nadie o de no haber escuchado nunca una canción; es, como le dije sin pensarlo, una especie de pobreza. Porque puede ser que no te hayan educado en un hábito lector, y eso lo respeto, como dije antes, pero no lo veo yo un motivo para presumir.
No quiero ser trágico, pero hay una industria editorial, una cantidad ingente de escritores ahora que las tasas de alfabetización llegaron a su punto álgido, y todo eso está construído en un país en el que más de un tercio pasa olímpicamente de hacerles caso. Héroes es lo que son, sí señor. No me gustaría hacer el típico artículo sobre el funesto futuro del mundo editorial (empiezo a tener la impresión de que con este artículo intento no hacer demasiadas cosas) sino reflexionar sobre la falta de interés que esa parte fundamental de nuestra concepción como civilización suscita en tanta gente. Es que, joder, un treinta y siete por ciento es muchísima gente.
Yo soy pobre y no compro libros si no es en el rastro. Acudo a bibliotecas, los pido prestados... si de mí depende la mentada industria editorial poco tiene que hacer, pero vivo todas esas vidas que otros han construído para mí. Y, aunque lo siento como parte de mi oficio, disfruto con ello. Defiendo tanto los bestsellers porque opino que cada lector tiene sus lecturas, independientemente del grado de exigencia literario. Algo falla en nuestro sistema educativo si, a pesar de obligar a leer a los alumnos, no somos capaces de atraerlos a la lectura como un pasatiempo, como un placer, como el acceso a un mundo ilimitado. De chaval disfruté mucho, pero mucho, leyendo El corsario negro, asaltando Maracaibo con una legión de piratas, y eso que ya tenía televisión, video, una videoconsola con más de cuarenta juegos distintos... todos estos estímulos que, salvo Internet, tiene un niño actual. No sé, igual sus padres no les leyeron cuentos de pequeños, igual lo ven como una obligación a la que los somenten los profesores, pero si no les trasmitimos que leer es placer, es riqueza, es disfrute, seguiremos igual que la sensación que a veces tengo con este blog, escribiendo para nadie.