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lunes, 29 de abril de 2013

ENCUENTRO-DESENCUENTRO

El otro día volví a escribir un desnudo después de bastante tiempo y sentí de nuevo toda la emoción que entraña este libro. Muchas gracias a la voluntaria por hacer nacer las palabras...

ENCUENTRO-DESENCUENTRO

¿Acaso habrá palabras en la búsqueda
que abarquen la grandeza de lo íntimo,
los mínimos matices que se esconden
al ritmo del desnudo cotidiano?

Encuentro ante su imagen más preguntas
-morena piel de cálidas respuestras-
que crecen a la par que las respuestas
y sirven de motor a este momento.

El ritmo se recrea
y avanza sin descanso
herido de hermosura.

Florecen frases como por descuido
("la curva exhuberante del misterio")
se asientan en su forma deslumbrante
de rocas esculpidas por el viento

y siento en el encuentro la violencia
que vibra en un rumor de siemprevivas;
su forma generosa en los conceptos
se enfrenta a la aridez del diccionario.

Por veces el poema 
merece el resultado
al filo de su cuerpo.


jueves, 25 de abril de 2013

PONTIFICANDO (I)

     He decidido hacer una serie de entradas con todas esas verdades que uno puede tener a mano a la hora de discutir de literatura como si hablásemos de fútbol, en atención a la rica tradición española de pontificar cuando se discute. Mis amigos siempre me acusaron de sentenciar cuando hablaba, pero un día aprendí de la difunta Maria Victoria Moreno que no existen las humildes opiniones. Así que, para empezar, aquí van unos cuantos "argumentos":

     - De toda la tradición literaria gallega, sólo con saber que hemos aportado a Cunqueiro al mundo, ya tendríamos suficientes motivos para estar orgullosos.

      - Algunos libros te hacen vivir ciudades como si hubieses pasado allí unas vacaciones, como es el caso de México D.F. en La región más transparente o París en Rayuela.

       - Cualquier niño cursi de un colegio pijo, con un diccionario, podría escribir poemas de amor como los de Antonio Gala.

       - El realismo mágico es una prolongación hispanoamericana de la literatura gallega.

       - En el siglo XX no existe una novela en español como La saga-fuga de JB.
     
     - Los escritores americanos (los buenos) son narradores natos, con una agilidad de la que adolecen muchos europeos, tal vez por el peso de la historia.

    - A Juan Rulfo le bastaron aproximadamente doscientas cincuenta páginas para formar parte del patrimonio literario de la humanidad. A otros no le llega ni con miles de páginas.

     - Explico algunas cosas, de Neruda, es el mejor poema que se ha escrito sobre la Guerra Civil Española.

       - Nada, de Carmen Laforet, es un buen libro a pesar de que su autora parece no saber puntuar un texto como es debido.

     Por hoy está bien, ahora, si queréis, que me lluevan los palos.  

martes, 23 de abril de 2013

HOY ES EL DÍA DEL LIBRO



Quizás porque en la aldea no siempre había mucho que hacer, o porque en mi casa había muchos libros o por la buena educación que recibí, pero me recuerdo leyendo siempre. Miraba los cuentos incluso cuando todavía no sabía leer, con esa fascinación por los dibujos impresos y las historias que, intuía, albergaban dentro de ellos. Después, tras los cuentos infantiles, fui un poco al revés que el resto de los niños: empecé leyendo La guerra de los mundos y más tarde a Enid Blyton y demás autores del universo infantil. El caso es que los libros siempre estuvieron ahí para hacerme compañía, para convertirme en el niño grande que soy ahora. Además, Internet no existía y había que entretenerse con algo.
            Casi desde que empecé a leer ya escribía, aunque tengo gravado en mi memoria el momento exacto en el que decidí ser escritor, con apenas nueve años. Creo que el recorrido a través de los libros es algo muy personal, como una historia de la propia intimidad narrativa. Uno va saltando de autor en autor, de página en página configurando parte de su mundo interior. La pasión por los libros empezó en mí antes que la música, paralela con la televisión, eso sí, pero pertenezco a  mi generación y no puedo negarlo. Así, sé también que los dibujos animados y las películas que vi de pequeño conformaron mi imaginario de ficción, pero ese es otro tema, hablábamos de libros.
            Sin darme cuenta acabé estudiando Filología, por lo que me vi inmerso en la obligación de leer muchos, muchísimos libros durante mis años de universitario. Gracias a lo cual accedí a lecturas que no hubiese hecho de otro modo, además de a otra forma de enfocar un texto cuando me enfrento a él, pero siempre albergaré a ese niño que se deleita leyendo historias de dragones, agentes secretos y otras tantas aventuras. Al niño que fascinó con la lectura de El corsario negro. Como dicen en mi tierra, el daño ya estaba hecho. El caso es que los libros forman parte inherente de mi mundo personal, como del de mucha gente que hoy está de enhorabuena, porque los libros, a mi juicio, bien se merecen un santo, bien se merecen este día.

jueves, 11 de abril de 2013

PENSAR EN VERSO, PENSAR EN PROSA

http://www.youtube.com/watch?v=IqkWn7XVu7A



Me ocurre una cosa, como escritor disperso que soy: cuando me paso un tiempo escribiendo en prosa soy incapaz de escribir un solo verso y viceversa. Torrente Ballester decía que no se puede ser un buen poeta, que o se es un gran poeta o no se es nada; es lo que llamaba excelencia lírica. Yo siempre me consideré un prosista que escribía versos, hasta que completé dos poemarios… y después tres, con el de desnudos. Este último es aparte, porque es el único libro de verdad, el primero con una intencionalidad a lo largo de todos los poemas; pero dejemos de hablar de mí, aunque me encante.
            El verso es concreción, ensoñación, grandeza verbal y muchas cosas más. La poesía alberga la esencia de las cosas, desde los sentimientos a las cosas cotidianas, pero con una síntesis distinta de lenguaje y contenido. Ya he dicho más de una vez por aquí que soy un mal lector de poesía, que casi todo lo que aprendí de versos fue con los cantautores, pero como estudié Filología tuve la oportunidad de conocer lo extenso del universo poético en nuestro idioma. Así que si algún día soy poeta de verdad seré Ángel González, que parece que escribe fácil pero es mentira.
            Continuamos: conozco a pocos autores que hayan sido capaz de mantener el mismo nivel en verso y en prosa (que no los conozca yo no quiere decir que no los haya), y entre todos el más insigne es Quevedo, que le daba a todo y con un talento desbordante. Podríamos decir que el verso es intensivo y la prosa extensiva, pero cualquier teoría globalizadora es necesariamente mentira, porque nos encontramos con escritores como Juan Rulfo o Álvaro Cunqueiro en sus retratos de personajes, que con una o dos frases son capaces de contener el mundo; también tenemos libros como Poeta en Nueva York, en el que el verso se extiende como un río, con sus meandros, rápidos y remansos de palabras. Admiro sinceramente a los poetas de verdad, que son capaces de definir el mundo en ocho sílabas, de moldear el idioma en un ritmo matemático y transformarlo en una música de palabras. La poesía es, junto con la novela, la quinta esencia de la literatura, y con esto no quiero restar un ápice de mérito a ningún género literario, pues he intentado practicarlos todos. Cuando me preguntan ¿Eres poeta?, yo respondo que soy escritor, y sueño con ese escritor total que pueda saltar los géneros para completar una obra. Al final, de lo que se trata es de crear un universo de palabras, del que los géneros son un mero instrumento. Ya lo decía el mentado Ángel Gonzálea: poesía es lo que diga la Academia de la Lengua.

lunes, 8 de abril de 2013

TODA BUENA LECTURA ES UN ROMANCE



          En portugués, a la novela como la entendemos los castellanoparlantes se le llama romance, así que me voy a apropiar del juego de palabras para seguir indagando en la relación que establecemos con la lectura. Me gustan las novelas largas de escritores muy buenos; lo cual, dicho así, suena una tontería. Ahora que estoy leyendo Ruido de fondo, de Don DeLillo, es como si se estableciese una simbiosis con su estilo, con lo que cuenta y cómo lo hace. Esa sensación la tuve de forma especialmente intensa con Orlando,  de Virgina Woolf. La novela, para mí, es el género literario por excelencia, aquel en el que cabe todo, en el que uno se puede sumergir en la historia que conforma ese mar de palabras. Es también lo que yo siempre quise escribir.
            En la entrada Voy a leer una novela de ochocientas páginas hablaba del tiempo que me lleva decidirme a leer un libro tan largo, pero es que es como escoger una novia, alguien con quien vas a compartir tu vida durante un período indeterminado de tiempo. Últimamente, como cogí carrerilla, se trata apenas de una semana o, como mucho, dos. Aún así hay tantos libros en el mundo que me cuesta escoger por esta indecisión vital que me caracteriza.
            A donde quiero llegar es a esa relación que establecemos con lo que estamos leyendo si realizamos una lectura consciente. De repente una buena parte de mi tiempo lo voy a pasar sumergido en el texto, y cuando un escritor ha realizado tan magno trabajo nos sumerge en su mundo como si de un momentáneo matrimonio se tratase. Cuando recuerdo un libro no sólo pienso en las palabras, sino en los momentos que pasé leyéndolo y la intensidad con la que el autor consiguió arrastrarme hacia su mundo. Esto pasa especialmente con la novela por una cuestión de extensión que se traduce en tiempo de lectura. Al final, uno acaba abrazando al libro por momentos, cuando nadie lo ve, para dejar entrever que nos ha seducido, que acariciamos sus palabras como si de un cuerpo se tratase. Muchas veces tengo que evitar leer demasiados libros seguidos de un mismo autor para evitar contagiarme de su estilo, hecho que me sucedió en su momento con Paul Auster, durante los días en que yo terminaba de escribir mi novela.
            Es posible que esta perspectiva la vivan sólo los escritores y los lectores especialmente apasionados; pero es que yo siempre fui un sentimental, y no hay arte que haya formado  parte de mis sentimientos en la dimensión en la que lo ha hecho la literatura. Así, se entrecruzan las lecturas como si de veleidades sentimentales se tratasen, marcándonos en grietas del alma que creíamos seguras.