visitas

domingo, 14 de mayo de 2017

ME GUSTA CUANDO ESCRIBES SUCIO, FANTE

     Estoy inmerso en el ciclo Bandini, las cuatro novelas que John Fante (Denver, Colorado, 1909 - Los Ángeles, California, 1983) narra las vicisitudes de su alter ego, Arturo Bandini. Ególatra, inestable, aislado de la realidad que lo rodea y con tendencia a meterse en líos. Es, en resumen, el paradigma en el que se inspiró Bukowsky para su forma de entender la literatura. Fante no tuvo éxito hasta prácticamente el final de su vida, cuando ya, ciego y demacrado por la diabetes, dictó a su mujer Sueños de Bunker Hill, y el auténtico reconocimiento le vendría de forma póstuma, gracias a que el bueno de Charles reconoció su influencia y consiguió la reedición de Pregúntale al polvo, su mejor libro. Pero esto no son más que datos enciclopédicos. Fante escribe sucio, y eso me gusta.
     John Fante cuenta las cosas como un puñetazo, con frases directas, elaboradas a cuchillo. Son trozos de vida, como harán también Raymond Carver o Charles Bukowsky. Bandini escribe, bebe, anda con mujeres y a veces gana dinero. La vida asoma por entre los flecos de sus páginas, cruda y difícil. La pobreza, la marginación y el instinto de supervivencia. Novelas fáciles de leer, pero no por simples, sino porque le lanzan a uno la vida a la cara. No se puede ser indiferente ante Fante, no te lo va a permitir. Es uno de los maestros de lo que se dio en llamar realismo sucio: redacción sucinta y tipos humanos que, tratados superficialmente, muestran toda su profundidad. Puedes no haber vivido en la California de los años treinta, pero es imposible no identificarse con los sueños de Bandini, por mal que nos caiga - las más de las veces es un tipo repulsivo, y su padre, Svevo, uno de los protagonistas de Espera a la primavera, tampoco es un cúmulo de virtudes - porque es la historia de los perdedores que, a veces, encuentran un resquicio al que agarrarse. Arturo es egoísta y hasta peligroso, pero refleja el miedo, la soledad de los que se enfrentan al mundo a pecho descubierto, sin un lugar en el que refugiarse. Hay que haber tenido una vida demasiado cómoda para no enternecerse con este teatro de fracasados o no tan fracasados, de gente que avanza un día más como puede, que vive en el suburbio de la tierra de los sueños.
     Y ahí está uno, leyendo sin red cuatro novelas seguidas, casi setecientas páginas de las que no sé cómo saldré. Solo sé que me han entrado unas ganas inmensas de volver a la narrativa, de contar todo lo que se me ocurra, porque siempre habrá quien sueñe con ser escritor, y eso es algo que te contagia este autor que circuló por los márgenes de la literatura hasta casi el final de su vida, que escribía para un mundo que quizás no estaba preparado para comprenderlo. A mí me gustas, John, me encanta que lo hagas sucio porque eres honesto.