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jueves, 13 de junio de 2013

CERTÁMENES Y PREMIOS

     El otro día leí que Roberto Bolaño - escritor buenísimo, por cierto, del que a todos recomendaría leer Los detectives salvajes - sobrevivió durante sus primeros años en España a base de certámenes de provincias. Supongo que esto, como todo lo que se cuenta de los escrirores, tendrá su punto de exageración y bastante de verdad. Yo he dado en llamar este mes "el de la escritura mercenaria" porque pretendo presentarme a cuantos concursos pueda, a ver si alivio mi complicada situación económica
     La vida del escritor, si pretende uno que sea su única vida, es bastante complicada. Todo el mundo tiene derecho a cobrar por su trabajo, pero tiene que haber alguien dispuesto a hacerlo. Ahora, que lo difícil es encontrar cualquier empleo en general, tira uno de la vocación a la que se ha dedicado gratis toda la vida, por el puro placer de construír mundos, con la intención de arañar algún premio. Ya dije aquí hace unos meses que admiro a los escritores que se forran con su oficio, pero no es esta la reflexión que pretendo con esta entrada.
     España es un país increíble en ciertos aspectos, y uno es el de los concursos literarios. Tengo la teoría de que todo ayuntamiento e institución que no sabe qué hacer con el presupuesto para cultura monta un concurso literario (bueno, en Galicia una fiesta gastronómica, pero eso es otra historia). Esto es, sinceramente, de agradecer. Toda vocación artística implica un nivel de compromiso altruista, una pelea constante con las propias limitaciones y la calidad de los referentes en los que se inspira. Además de cierta competencia fraticida que he dado en observar en algunos momentos, aunque por suerte no en mi entorno más directo. Digamos que el arte es un delicioso acto de egocentrismo, y como tal no ha nacido para ser retribuído.
      Sin embargo, si uno bucea por la red, encuentra interminables listas de concursos, consejos para presentarse e indicaciones varias. Hay un mundo subterraneo por el que ciertos escritores más hábiles que yo en estas lides se mueven como pez en el agua, con una técnica depurada para satisfacer las demandas de extensión y contenidos exigidas por las bases. Al igual que los autores clásicos dedicaban sus obras al señor de turno para congraciarse y lograr su mecenazgo, los concursos dan la posiblidad  de obtener algún ingreso extra y sentirse por un momento excritor profesional.
     Muchas veces, de todos modos, ocurre lo de siempre, que escritores con una trayectoria importante también necesitan el dinero; y entonces ganan esos premios que tú tanto ansiabas. Uno por momentos siente cierta rebeldía ante ese hecho, pero no puede más que comprenderlo. Nadie especifica en las bases, casi nunca, que el participante tenga que ser amateur, pero ahí es donde entra la competencia pura, de igual a igual. Los concursos acaban convirtiendo el arte en mera competición, pero son necesarios si uno no tiene una editorial que lo respalde o la suficiente habilidad como para saltar de Internet a la fama.
     Lo importante de todo esto es que, en el azaroso recorrido del que pretende dedicarse en cuerpo y alma a la creación literaria, hay un difuso currículum que se va nutriendo de publicaciones, galardones y participación en diversos eventos. Es que una cosa es la literatura y otra el mercado literario, y los concursos varios son una de esas puertas al mercado por las que uno puede entrar sin sentirse como si estuviese vendiendo su alma.