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viernes, 27 de febrero de 2015

LECTURA DIFÍCIL, DIGESTIÓN LENTA

Y ahora lo contrario: después de haber defendido ayer a capa y espada los libros fáciles, accesibles, divertidos y bien escritos como La sombra del viento, hoy voy a hablar de lo contrario. Quiero reflexionar acerca del reto, de lo difícil, de esos volúmenes que te desafían desde la primera página, sin concesiones. Quizás es porque, como dije, estoy leyendo La hoguera de las vanidades, tal vez porque como estoy hiperactivo sufro de logorrea literaria. Por lo que sea, pero hoy toca este tema.
No es que me gusten los libros que son difíciles porque sí, de hecho creo que hay que distinguir entre el aparato literario complejo y elaborado de la "paja mental" de un escritor que es inaccesible porque quiere serlo, que también hay mucho de eso. No se trata de enrevesar las cosas porque sí, sino de trabajar duro, de ser consciente de que la literatura es una materia multiforme que admite infinidad de formatos, como las distintas opciones de lectura de Rayuela, el capítulo central en un solo párrafo de más de quinientas páginas de La saga/fuga de JB o la reiteración de contenidos e incluso de frases de Mazurca para dos muertos. No tengo nada en contra del narrador onmisciente en pretérito imperfecto, pero hay muchas cosas más allá. En mis propios textos, me cuesta contenerme y asumir que a veces hay que asumir un tono "estándar" porque es lo más apropiado para la historia que quiero contar.
Decía Torrente Ballester que tardó diez años en pensar la forma adecuada para contar La saga fuga..., y es que a veces un relato requiere encontrar la voz para contarlo, pero no me detengo ahí. Se trata de ambición literaria. Se puede concebir una novela - y digo novela porque es el género más dado a eso - como una arquitectura compleja, una construcción con distintas estancias y estructuras. No hablo solamente de peripecias formales: un argumento complejo, pletórico de ideas y contenidos, que te haga pensar, por tópica que sea esta frase.
Cuando leí Submundo, de Don DeLillo, casi me desespero a lo largo del libro para poder acabarlo, pero avanzaba página a página como si se tratase de una misión porque había algo en aquel texto que me subyugaba, que me hacía sentirme importante (mira tú qué tontería) solamente por estar leyendo algo así. Un trabajo magnífico, lleno de historias y de Historia, con mayúscula, de una complejidad a veces apabullante. Un libro, en conclusión, muy difícil a mi entender, pero que se te queda en el cuerpo y la mente por mucho tiempo. A esto quería llegar con el concepto de digestión lenta, a esos libros que te vuelven a la mente con el tiempo, aquellos cuya lectura permanece en ti como una bomba de relojería. Hace muchísimos años que leí El guardián entre el centeno, libro en apariencia sencillo, y casi no me acuerdo de la historia que contaba, pero la sensación que me dejó continúa dentro de mí, como me ocurrió con la película La eternidad y un día, de Teo Angelopoulos.
 Hay libros que pueden costar, pero ante los que me siento desafiado, retado ante lo elaborado de su propuesta, y esto supone un estímulo literario, incluso vital. Cada uno de ellos supone un aprendizaje, un viaje accidentado por ese mundo de palabras que tanto amamos los que nos dedicamos a ello. Con ellos creces y te alimentas. Hay una habilidad especial en una historia ágil y bien contada, pero en este tipo de trabajos literarios hay talento, esfuerzo y ambición, como ya dije antes, y todos esos factores forman parte de mi forma de entender la literatura.

jueves, 26 de febrero de 2015

LECTURA FÁCIL, DIGESTIÓN RÁPIDA

Acabo de terminar de leer La sombra del viento, y, en un acto de coherencia con mi entrada Defensa del mero entretenimiento, publicada en este mismo blog, lo he disfrutado. Sus casi seiscientas páginas ocuparon cuatro días de mi vida, a pesar de que no me considero un lector especialmente rápido. Bien, ahora estoy inmerso en La conjura de los necios, con el mismo ritmo de lectura adquirido con Ruiz Zafón, pero con otro proceso mental. Hay algo en estos bestsellers que los convierten en libros de digestión rápida, amables de leer y con tendencia al enganche. Se leen fácil, se digieren fácil y a otra cosa. Es lo mismo que me pasó con La verdad sobre el caso Harry Quebert, volumen que me tuvo - lo confieso - enganchadísimo. Admiro muchísimo la cualidad que poseen algunos escritores para engancharte desde la primera línea hasta la última, para lo que les basta un estilo correcto y un argumento lleno de giros y claves que no te permiten dejarlo. Es una habilidad en sí misma, y, en realidad, los envidio un poco.
Suelo ser de lectura exigente; busco esos libros que suponen un reto al lector (sin pasarse, no estoy hablando del Ulises, pero sí de Yo, el supremo, de Roa Bastos). La de Zafón me parece una buena novela, en la que se recrea - supongo - con gran acierto esa Barcelona gris de la posguerra. Tiene una trama que, en torno a unos pocos y desgraciados personajes, se llena de sombras y susurros, de pasados que manchan el presente. Y, sobre, todo, está bien contada.
A veces apetece leer algo fácil y bien hecho, como no siempre se tienen ganas de cocinarse una perdiz a las finas hierbas con puré de castañas (no sé cómo se cocina eso). Algo de lo que uno pueda leer doscientas páginas antes de acostarse para después dormir con la trama metida en la cabeza. Sin embargo, una vez lo acabas es como cuando has comido comida china, a la media hora la digestión está hecha y puedes pasar a otra cosa. Supongo que me leeré también de un tirón las secuelas de esta novela, y que las disfrutaré también. 
Por momentos sueño con escribir algo así y forrarme de una puñetera vez, pero vivo inmerso en una pasión literaria que engloba a autores más exigentes en lo formal y en lo intelectual, la misma que me hace pelearme por la perfección en cada párrafo (hubo un momento en el que me descubrí a mí mismo contando las veces en las que aparece la palabra "sombra" en el relato). Sin embargo, y a pesar de haber invertido tantas horas de mi vida inmerso en el mundo de los juegos de rol, no tengo especial habilidad para las tramas adictivas. Esto es lo que más admiro de un escritor así. Por lo demás, me llega con que el estilo no chirríe, con que la honestidad del autor lo haya llevado a trabajarse el texto en la medida de sus posibilidades. En este caso concreto, está bien escrito, por qué no, en consonancia con el argumento. La voz del narrador me parece atractiva. Es, en definitiva, un buen trabajo. No siempre es necesario ser Don Delillo, a veces basta con querer contar una histora divertida y pasárselo bien haciéndolo. Después de todo, yo empecé a escribir porque quería contar historias.