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jueves, 12 de noviembre de 2015

EL CICLO DE LA ENVIDIA

     No siempre es así, pero muchas veces sucede que se instala entre los escritores, que no son menos que el resto de artistas, el ciclo de la envidia. Vaya por delante que me he encontrado a lo largo de mi vida con muchos escritores libres de este síndrome, pero hoy quiero ser un poco malévolo y hablar de la otra cara que supone convertir el ego en palabras: la envidia perra.
     Uno se pasa la vida peleándose con un bolígrafo y una hoja de papel en blanco - por aquello de establecer una imagen romántica, aunque bien podría ser un teclado de ordenador y una página de Word - buscando cada palabra como si de un descubrimiento único e irrepetible se tratase, peleando con el argumento, el estilo y la estructura tal cual una operación de urgencia a corazón abierto. Finalmente te encuentras con textos que son como tus hijos, a los que quieres y siempre ves perfectos, adorables, y querrías besar todos los días en las mejillas antes de que se vayan al colegio. Sin embargo, en medio de todas las inseguridades consiguientes, está aquella que nos hace pensar que igual nuestro hijo no es el más listo de la clase, o el más guapo, o el que mejor juega al fútbol. No resistimos la tentación de compararlos con los hijos de otros padres, a los que ven que despiden con más cariño, que sacan mejores notas.
     De mi experiencia en talleres de escritura, a los que asistí como aprendiz de juntaletras y aprendí mucho, llegué a la conclusión de que muy poca gente sobrelleva bien una crítica, convencido como está todo el mundo de que ha escogido la mejor forma de tratar el mejor tema. En lugar de reflexionar y decidir si ha de hacerse caso o no a los consejos de los demás "entendidos", muchas veces llenos de buena voluntad, los consideran ataques contra su OBRA, así, con mayúsculas; y se defienden con uñas y dientes. Esto funciona debido a la hipersensibilidad del artista para con lo que hace. 
     Más allá de esto está la envidia, que es como una versión hipertrofiada de las inseguridades del escritor. Funciona de muchas formas: la primera y muy importante es el desprecio del que triunfa. Ocurre sobre todo con los superventas, los Follet, Zafón y compañía. Que sí, que se puede escribir bien y vender mucho (también se puede conseguir escribiendo mal, pero no me importa); puedes especializarte en fantásticos relatos de terror, como Stephen King, siendo honesto con tus capacidades. Pero por supuesto, en alguna bohardilla de alguna ciudad perdida del mundo habrá quien los odie y diga que no saben escribir. Tengo que decir que nunca leí a Follet, pero lo admiro porque tiene una fórmula que funciona, y amigos míos que entienden de literatura más que yo me hablan bien de él, entonces, algo tendrá el agua cuando la bendicen.
     Hay más envididas, como la que suscita el escritor joven, lleno de talento bruto, que hace al escritor veterano ensañarse en sus errores, que comete por falta de oficio, con la presuntuosa idea de enseñarle. A mí me ayudaron mucho escritores con más kilómetros que yo, que sí tenían esta voluntad sincera de hacerme mejor escritor, de pulirme. Sin embargo, en muchos escritores surge un vacío en el estómago cuando un veinteañero muestra lo que Hemingway llamaba "capacidad lírica de la adolescencia", esto es: frescura. 
     También está la que nace de no ganar premios, de no obtener el reconocimiento que uno cree merecido, y que se resume en que los galardones están concedidos de antemano o que publican solamente unos pocos porque están bien relacionados. Claro que es difícil pensar que por ahí hay gente muy buena, incluso mejor que uno. Pero esos son consideraciones descartables, por supuesto.
     Y por supuesto, están los odios viscerales entre escritores coetáneos, que parten de que no aplican los mismos planteamientos literarios que uno ha asumido como el no va más de la senda que ha de seguir el universo literario. Estos crean cismas, pataletas, declaraciones que se convierten en Troyas literarias y demás manifestaciones de desprecio. La historia de la literatura está llena de ellas.

     Esto, por supuesto, concierne a los demás escritores, que a mí nunca me pasa. Yo sé perfectamente que no gano premios porque los jurados están comprados y que no publico porque las editoriales no arriesgan y prefieren a escritores consagrados.