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lunes, 21 de julio de 2014

LO FÁCIL QUE ES DIFUMINARSE

Me siento frente al ordenador con toda la intención de escribir, bien un relato, bien un artículo para este blog, bien el inicio de una novela que me consagre en el olimpo de las letras. Enciendo esta nueva imprescindible herramienta de todo escritor que se precie y... va: hay que mirar el correo electrónico, a ver quién se ha acordado de mí desde ayer (y pensar que de adolescente esperaba semanas por una carta). Ya de paso, la edición digital de El País, la del As también, porque gracias a la postmodernidad el fútbol ya no es incompatible con ser un intelectual. Seguidamente echo un vistazo al facebook, para perderme en la vanalidad más absoluta; me fumo un pitillo y ya sé, en el fondo, que caí en la red. En un rato ya los amigos me avisan para que baje a tomar el café y... bueno, ya continuaré esta entrada más tarde.

Días después, sí, así como lo cuento, vuelvo a sentarme en el mismo sitio porque siento una responsabilidad para con este "don" de escribir que me impulsa a ponerme a ello. Esta vez estoy decidido, y además tengo una idea, una idea que parece buena. Tras la pertinente hora de procastinación cibernética y un par de pitillos "para centrarme", de esos que te hacen relacionar inconscientemente la literatura y la insalubridad, por fin vuelvo al documento de Word que, eso sí, estaba abierto desde el primer momento. Necesito unos minutos largos para pensar y por fin lo intento: avanzo una frase, retrocedo otra vez, vuelvo a empezar y por fin, a trompicones, comienzo a escribir con un mínimo de soltura. Puede ser que llegue a terminar una página - cosa que al fin hago - y ya sabemos lo que decía Cela, que si escribes una página al día tienes una novela al cabo del año.

Más tarde, en el bar, hablo de la magnífica idea que he tenido, a la gente le hace gracia y, además, me siento productivo. Vuelvo a ser Escritor, así, con mayúscula. Porque ya tengo algo empezado, algo en lo que "estoy trabajando", y no sólo mientras escribo, sino las veinticuatro horas que esa idea ronda mi cerebro. El caso es que no me vuelvo a poner hasta tres días después, y porque tengo un plazo.





Resulta que tengo un plazo porque vi un consurso de relato erótico al que me podría presentar. Así que se me ha ocurrido una excelente idea para poner cachonda a la gente. Debe ser buena de verdad, porque el que se pone burro soy yo, y acabo teniendo que desahogarme. Después de esta pequeña interrupción culpable, pongo una lavadora, meriendo, me fumo un pitillo y me bajo a tomar algo...

Y sigue el bucle, un día tras otro, con la incertidumbre de si lo terminaré en el plazo. Avanzando poco, comiéndome la cabeza bastante más. Difuminándome en el ambiente, en esta inacción que me demuestra que escribir es, sobre todo, un asunto de laboriosidad y entrega, cualidades que a veces me faltan. Bueno, puede que ahora que acabé esta entrada me ponga a ello, aunque son más de las seis, y fuera hace buen tiempo...