TERRITORIOS DE LA FICCIÓN
Hace unos
meses leí que es posible que García Márquez padezca demencia senil y sentí la
tristeza de quien augura la pérdida de un ser querido. Cuando tenía dieciséis
años mi referente principal de mundo fantástico literario era la Tierra Media,
pero una prima mía, buena lectora ella, me sirvió de guía regalándome Cien años de soledad, que abrió para mí
el mundo del realismo mágico y, por añadidura, el de la literatura
hispanoamericana. El descubrimiento de Macondo supuso un gran cambio en mi
concepción de la geografía literaria. Hoy querría hablar un poco de los
territorios literarios.
García
Márquez tiene su Macondo, Rulfo, Comala, Onetti, Santa María, Faulkner, el
condado de Yoknapatawpha, y así en una lista infinita de territorios
narrativos. Los escritores, a lo largo de la historia, han sido aficionados a
crear sus propios mundos, supongo que con vocación de libertad creativa. Una ubicación
geográfica ficticia implica total libertad de movimientos, uno estira y encoge
el mapa como desea y crea las condiciones que necesita para el desarrollo de
los personajes. De la misma forma, este territorio puede convertirse en
paradigma de una realidad geográfica e histórica. Macondo engloba la historia de
Latinoamérica, al tiempo que Comala, con su pueblo habitado por muertos, traza
un retrato de la violencia en ciertas etapas del rural mexicano.
Uno
puede optar por ubicar sus historias en un lugar real, como el Estambul de
Orham Pamuk o el Newark de Philip Roth - y esa cercanía es lo que convierte a
la ciudad en un personaje más – o inventarse un territorio que se rija por las
propias normas. Uno de los méritos, para mí, de Stephen King es la capacidad
para situar el terror en el ámbito más cotidiano de los Estados Unidos,
insertar lo sobrenatural en la rutina diaria. El que se inventa un lugar asume
plenamente el rol como escritor de constructor de mundos, que en el ámbito de
la literatura fantástica se lleva la palma, lugares como Nunca Jamás, la Tierra
Media o, más recientemente, los reinos de Juego
de tronos, ocupan ya un lugar en el atlas sentimental de los lectores. De
este modo, la función evasiva de la literatura adquiere su plenitud,
trasladándonos a universos donde las normas que rigen la existencia son otras,
a capricho del autor, de una forma perfectamente asumible gracias a la
capacidad de abstracción del que se atreve a sumergirse en ellos abriendo las
páginas de un libro.
Porque
la lectura, al fin y al cabo, es una forma de movernos por los mundos
particulares de sus autores, ya sean estos ficticios o reales. Es, como ya
escribí anteriormente, una forma de viajar. No seríamos los mismos de no existir
a nuestro alrededor esa increíble geografía ficticia, que nos hace soñar con lo
increíble o pensar en lo que nos rodea.
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