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lunes, 21 de enero de 2013

TERRITORIOS DE LA FICCIÓN



TERRITORIOS DE LA FICCIÓN

Hace unos meses leí que es posible que García Márquez padezca demencia senil y sentí la tristeza de quien augura la pérdida de un ser querido. Cuando tenía dieciséis años mi referente principal de mundo fantástico literario era la Tierra Media, pero una prima mía, buena lectora ella, me sirvió de guía regalándome Cien años de soledad, que abrió para mí el mundo del realismo mágico y, por añadidura, el de la literatura hispanoamericana. El descubrimiento de Macondo supuso un gran cambio en mi concepción de la geografía literaria. Hoy querría hablar un poco de los territorios literarios.
            García Márquez tiene su Macondo, Rulfo, Comala, Onetti, Santa María, Faulkner, el condado de Yoknapatawpha, y así en una lista infinita de territorios narrativos. Los escritores, a lo largo de la historia, han sido aficionados a crear sus propios mundos, supongo que con vocación de libertad creativa. Una ubicación geográfica ficticia implica total libertad de movimientos, uno estira y encoge el mapa como desea y crea las condiciones que necesita para el desarrollo de los personajes. De la misma forma, este territorio puede convertirse en paradigma de una realidad geográfica e histórica. Macondo engloba la historia de Latinoamérica, al tiempo que Comala, con su pueblo habitado por muertos, traza un retrato de la violencia en ciertas etapas del rural mexicano.
            Uno puede optar por ubicar sus historias en un lugar real, como el Estambul de Orham Pamuk o el Newark de Philip Roth - y esa cercanía es lo que convierte a la ciudad en un personaje más – o inventarse un territorio que se rija por las propias normas. Uno de los méritos, para mí, de Stephen King es la capacidad para situar el terror en el ámbito más cotidiano de los Estados Unidos, insertar lo sobrenatural en la rutina diaria. El que se inventa un lugar asume plenamente el rol como escritor de constructor de mundos, que en el ámbito de la literatura fantástica se lleva la palma, lugares como Nunca Jamás, la Tierra Media o, más recientemente, los reinos de Juego de tronos, ocupan ya un lugar en el atlas sentimental de los lectores. De este modo, la función evasiva de la literatura adquiere su plenitud, trasladándonos a universos donde las normas que rigen la existencia son otras, a capricho del autor, de una forma perfectamente asumible gracias a la capacidad de abstracción del que se atreve a sumergirse en ellos abriendo las páginas de un libro.
            Porque la lectura, al fin y al cabo, es una forma de movernos por los mundos particulares de sus autores, ya sean estos ficticios o reales. Es, como ya escribí anteriormente, una forma de viajar. No seríamos los mismos de no existir a nuestro alrededor esa increíble geografía ficticia, que nos hace soñar con lo increíble o pensar en lo que nos rodea.

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