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viernes, 31 de marzo de 2017

TODO POR UN LIKE (TEORÍA DEL RUIDO).

     Esto de la era cibernética es tremendo. Uno de los más grandes aciertos de Zuckerberg ha sido crear un entorno, una especie de taberna global donde todo el mundo cuelga sus carteles en las paredes, recita los poemas que se le ocurren y comparte cosas que ha leído por ahí. Después, uno se queda atento a los aplausos, a que la gente diga que le ha gustado e, incluso que lo compartan en las demás mesas del bar. Eso demuestra que no somos tan diferentes de lo que éramos en tiempos analógicos. Para los escritores, especialmente para los poetas, adalides de lo breve, es algo sumamente vicioso.
      Esta semana leí no sé dónde que lo que han creado las redes sociales es ese estar pendiente de la respuesta inmediata, del número de likes que se otorgan a cualquier cosa que publiquemos, lo que es, en resumen, estar esperando la aceptación del prójimo. Es una actitud que nos viene de perlas a los escritores, tan pendientes de la aceptación de nuestra Obra (un verdadero ególatra lo escribirá siempre con mayúsculas). Cierto es que siempre hemos escrito para que nos lean, salvo extraños ejemplos de pureza vocacional que se olvidan de que la teoría de la comunicación establece que hay un receptor ante el emisor. No menos cierto es que siempre he defendido la actividad artística como una rama del egocentrismo.
     Es la rama de lo que he dado en llamar "poetas de Facebook", y me van a perdonar todos ellos, porque esto no es una crítica, sino una reflexión. Antes uno escribía en su casa y cruzaba los dedos porque, aunque fuese, lo leyesen sus amigos y familiares; ahora - y esto es en verdad una ventaja - publicamos de forma continuada en la red, casi sin darle tiempo a los versos a respirar, a coger polvo. En cierta forma controlamos bastante menos lo que damos al mundo. Esta inmediatez ha hecho mucho por la poesía, pues está experimentando un repunte en audiencia como nunca, y más de un poeta ha logrado el reconocimiento del público gracias a las herramientas digitales. Sin embargo, ha generado también mucho ruido. A poco que empieces a relacionarte con poetas - partiendo del supuesto de que entre los escritores exista una auténtica relación y no un intercambio de monólogos, como suele ocurrir - se te inundan las aplicaciones de redes sociales de textos escritos por ellos, con una profusión que, en mi caso, me hace sentir vergüenza por mi pereza creativa. Además, como no se trata de una aplicación que se dedique a compartir textos, de paso uno se informa de lo que ha logrado una maestra de Guinea Bissau con sus alumnos más desfavorecidos, de que el azúcar es más malo que la heroína y de que comer animales va a acabar con el planeta. 
     Es, como decía, ruido dedicado a hinchar nuestros egos. Reconozco que me hice un Facebook para difundir este blog, y funciona, ahora tengo más de dos lectores, puede que cuatro. Sin embargo tanto estímulo de contenidos mantienen mi mente distraída de la calma que a mí, personalmente, me hace falta para escribir. Demasiadas cosas, demasiada inmediatez. Termino un poema y ya lo estoy colgando aquí a ver si le gusta a la gente, y sé que seguiré haciéndolo porque, como todos, sueño con mi pequeño lugar en este parnaso moderno. A veces, tras estar un tiempo viviendo dentro de este círculo, te da ganas de decir como el señor Lobo en Pulp Fiction: "dejemos de comernos las pollas por ahora". Pero, en el fondo, es la misma dinámica de los pequeños círculos que nos hemos montado los poetas en cafeterías y centros sociales para leernos unos a otros, decirnos que todo es muy bonito y ocultar como podemos nuestra ofensa ante la crítica por constructiva que sea. Hay quien se mueve bien en esta ola de aceptación bienintencionada, y que produce mucho, y en realidad los envidio. 

     En fin, creo que hasta aquí ha llegado mi reflexión. Ahora la voy a publicar, y después compartir en mi página de Rodrigo Rey Escritor, y después en mi biografía de Facebook, y puede que comparta el enlace en algún grupo de whatsapp de mis amigos. Tal vez, a media tarde, consulte la cantidad de "me gusta" recibidos, pero bueno... tan sólo por ver....

lunes, 27 de marzo de 2017

ESTO QUE HACEMOS

Somos los que arrancábamos hojas de los cuadernos escolares para escribir relatos, los que aprovechábamos cualquier idea, por peregrina que fuese, para contar algo. Fuimos los que, al llegar la adolescencia, escribimos un montón de versos cursis sobre las chicas que nos gustaban, los que escuchábamos Cuento contigo cada domingo en Onda Cero y soñábamos con escuchar a la presentadora leer algo que hubiésemos escrito nosotros. Somos los que decíamos, muy ufanos, que queríamos escribir libros, que íbamos a ser escritores, e íbamos a talleres de escritura donde nos empapábamos como esponjas de los que los demás tenían que enseñarnos. Somos los que veíamos la vida pensando en cómo contarla, y que nos prestábamos a soñar cada vez que leíamos sobre este o aquel escritor que acababa de sacar nuevo libro. Somos los que nos soñamos literatos, y que cuando fuimos aprendiendo más, y leyendo más, y conociendo a gente buena de verdad  nos dimos cuenta de todo el trabajo que había pendiente. 
     Somos los que peleamos duro, cada día, con el idioma, sin parar de leer e intentar mejorar, con la consciencia de que es una carrera de fondo, un combate en el que gana quien, al final, continúa de pie, esperando para dar su mejor golpe. Somos los que miramos los textos que escribimos con condescendencia, permanentemente insatisfechos, presa de una inseguridad que por momentos nos atenaza, porque soñamos con ser buenos, muy buenos, a sabiendas de que no existe vocación sin ambición. Somos los que un día, de pronto, publicamos un libro en cualquier editorial pequeña, de escasa tirada, que prácticamente tenemos que distribuír nosotros, y así , de pronto, nos sentimos camino de la gloria. Somos los que día tras día, fracaso tras fracaso, volvemos a la página con energías renovadas. Porque lo nuestro es gritar aunque nadie nos escuche, escibir aunque la hoja esté ardiendo. Porque esto que hacemos, a fin de cuentas, es lo que somos.

domingo, 12 de marzo de 2017

ESTACIÓN DE AUTOBUSES

ESTACIÓN DE AUTOBUSES

Un tejido de tránsitos,
rostros,
 pasos sin nombre
que albergan relatos;
innumerables Ítacas
arrugadas en el suelo
cual envoltorios, 
olvidados en la dársena
en un transbordo entre futuros
que nunca llegan.
Una estación es el preludio del viaje,
el final del viaje
o el viaje en sí mismo.
Y hay un verso jugando
como un niño
en las escaleras mecánicas,
hay esperas eternas,
prisas desesperadas
y cigarros para matar
ese tiempo que se nos muere entre los dedos.
Con el polvo suspendido
se van mezclando los años,
en el humo del tabaco
se difuminan los horarios
- las llegadas, las salidas -
hasta hacerse el todo somnoliento
de una existencia traslúcida
que apenas araña la vida.