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miércoles, 23 de octubre de 2013

POESÍA POR LAS CALLES, EL PRECIO DEL VERSO

     Hoy, en vista de mi acuciante crisis económica, salí a la calle a recitar poesía poniendo la gorra. Ya lo hice muchas veces a lo largo de mi vida; de hecho creo que fueron las únicas en las que gané dinero con la poesía. Esta historia no la inventé yo, que ya lo hacía Brais Ocampo antes, pero con el tiempo me apropié de la fórmula y ahora, desde hace mucho, me conocen, entre otras cosas como "el que leía poesía en la calle". 
     He decidido contar mi experiencia de hoy, a modo de ilustración de lo que suele ser un artista callejero, pero con una oferta diferente. Aparte de lo que supone la poesía por dinero, que ya de por sí es bastante sugerente. Parezco una víctima de algo, diciendo que quiero ilustrar a la gente con mis vivencias. El caso es que tras tanto tiempo de no salir a la palestra callejera, hoy me he vuelto a sentir poeta ambulante.
     Como no sabía que lo iba a hacer cuando salí de casa, no llevé gorra, ni sombrero, ni caja de zapatos, ni nada; así que puse mi maravillosa carpeta clasificadora modelo vintage en pleno suelo, a pelo. Así comencé el ritual: un vistazo a la calle, para ver cuánta gente pasa - y de qué tipo -; poner el cebo, muy importante (el cebo consiste en unas pocas monedas para que nadie sienta que es el primero en echar); un poema con el que empezar, superar el miedo y comenzar a recitar...
     Por supuesto todo esto es mucho más cómodo cuando te acompaña algún músico, te sientes más arropado y le das un aire de seriedad a tu actuación; algo así como que no quieres parecer un perturbado que lee unos papelajos a voz en grito. Sin embargo, cuanto estoy allí, solo, sabiendo la de gente que me conoce en esta ciudad, es cuando me expongo más sinceramente como yo poético, como verso al aire o como mercenario de la poesía, según se mire. Es entonces cuando, con el hábito de muchos años antes, soy capaz de recitar y al mismo tiempo observar las caras de la gente: su sorpresa, su admiración, su perplejidad, su burla...
      Hoy, particularmente, competí con dos perroflautas que me comprometían a la clientela, porque si le decían a ellos que no tenían nada suelto, ya no podían dármelo a mí (he de dejar claro que diferencio claramente entre los que se ciñen a esta denominación y los que de verdad son artistas callejeros, por mal que toquen o canten. No es una cuestión de talento, sino de formas). A mayores, uno de ellos vino y me recitó un poema de memoria al oído. Conocí a una chica guapísima que me dijo que siempre había querido hacer lo mismo que yo (es la primera vez que me dicen eso sobre algo), y alguna gente me invitó a tabaco, para terminar de joderme la voz. Por supuesto, hubo alguien que me preguntó dónde podía "pillar porros", porque lo de la calle y el pelo largo te clasifican enseguida.
     Tras cerca de una hora, había recaudado un euro con setenta, lo suficiente para una caña o para comer si soy sabio haciendo la compra. Volví a casa con ganas de nuevo, ansioso por repetir la experiencia, como si ahora, que vuelvo a ser un poco paria, la calle estuviese llamándome de nuevo para salpicarla con mi voz. Lo he decidido, en la medida que el invierno me lo permita vuelvo a ser un poeta callejero, en el sentido más estricto de la palabra.

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