Gracias a los señores de Google,
hoy me enteré de que es el ochenta y cinco aniversario del nacimiento de Carlos
Fuentes. Este año ascendió al cielo de los escritores, y estará en el Parnaso
junto con unos cuantos que se fueron en los últimos años. Descubrí a Carlos
Fuentes porque me regalaron en un cumpleaños La región más trasparente, después vendría Terra Nostra. Solamente con la lectura de esos dos libros, el autor
pasó a formar parte de mi red afectivo-literaria.
Hablo
de ello no por hacer una glosa de las cualidades de Fuentes, que son muchas,
sino para hablar precisamente de esos afectos que uno desarrolla con los
autores a los que solamente conoce a través de sus textos. En los últimos años
también se fueron Benedetti o Augusto Monterroso. Ante tales acontecimientos te
quedas con la certeza de que ya no va a
haber textos nuevos, nada que llevarse a los ojos de ese imaginario que has
vivido a lo largo de horas de lectura. Me pasó también cuando Philip Roth
decidió retirarse de la literatura. Todavía me queda mucho que leer de su obra,
pero ya sé que no viviré la emoción de leer una crítica en los periódicos de su
nuevo libro.
Pude
ser por la fascinación que siento por la literatura, por el hecho de que cuando
abro un nuevo libro de un autor que me gusta siento la ilusión de quien queda
con un amigo que hace mucho tiempo que no ve, pero mi relación con los
escritores va más allá de la admiración o la camaradería profesional; se trata
de algo distinto, una emotividad con el verbo, con el universo que ha ido
creando. Han animado mis momentos de lectura, han sido capaces de mostrarme
nuevas formas de hacer, de trabajar con el texto. En definitiva, han cambiado
mi vida, teniendo en cuenta que cuando uno se dedica vocacionalmente a escribir
la vida es algo que transcurre paralelamente a la creación literaria.
Uno,
con los años, ve lo que va escribiendo como hijos suyos, esos hijos que has
intentado educar de una forma y a veces, sólo a veces, hasta se parecen a lo
que esperabas de ellos. Por ello mismo, considero normal tener a los grandes
autores como padres. Los leo detenidamente intentando no ya ser como ellos,
sino sonsacarles las enseñanzas necesarias para seguir mi camino en la
literatura. Al final, más allá de esa mirada analítica, está el cariño que les
vas cogiendo. Es normal, entonces, que Cuando muera un escritor sea como si te
naciese un vacío de páginas, una ausencia de palabras futuras, de momentos
vividos al calor del abrazo de sus párrafos.
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