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miércoles, 13 de noviembre de 2013

ALGO SE MUERE EN EL ALMA...



Gracias a los señores de Google, hoy me enteré de que es el ochenta y cinco aniversario del nacimiento de Carlos Fuentes. Este año ascendió al cielo de los escritores, y estará en el Parnaso junto con unos cuantos que se fueron en los últimos años. Descubrí a Carlos Fuentes porque me regalaron en un cumpleaños La región más trasparente, después vendría Terra Nostra. Solamente con la lectura de esos dos libros, el autor pasó a formar parte de mi red afectivo-literaria.
            Hablo de ello no por hacer una glosa de las cualidades de Fuentes, que son muchas, sino para hablar precisamente de esos afectos que uno desarrolla con los autores a los que solamente conoce a través de sus textos. En los últimos años también se fueron Benedetti o Augusto Monterroso. Ante tales acontecimientos te quedas con la  certeza de que ya no va a haber textos nuevos, nada que llevarse a los ojos de ese imaginario que has vivido a lo largo de horas de lectura. Me pasó también cuando Philip Roth decidió retirarse de la literatura. Todavía me queda mucho que leer de su obra, pero ya sé que no viviré la emoción de leer una crítica en los periódicos de su nuevo libro.
            Pude ser por la fascinación que siento por la literatura, por el hecho de que cuando abro un nuevo libro de un autor que me gusta siento la ilusión de quien queda con un amigo que hace mucho tiempo que no ve, pero mi relación con los escritores va más allá de la admiración o la camaradería profesional; se trata de algo distinto, una emotividad con el verbo, con el universo que ha ido creando. Han animado mis momentos de lectura, han sido capaces de mostrarme nuevas formas de hacer, de trabajar con el texto. En definitiva, han cambiado mi vida, teniendo en cuenta que cuando uno se dedica vocacionalmente a escribir la vida es algo que transcurre paralelamente a la creación literaria. 
            Uno, con los años, ve lo que va escribiendo como hijos suyos, esos hijos que has intentado educar de una forma y a veces, sólo a veces, hasta se parecen a lo que esperabas de ellos. Por ello mismo, considero normal tener a los grandes autores como padres. Los leo detenidamente intentando no ya ser como ellos, sino sonsacarles las enseñanzas necesarias para seguir mi camino en la literatura. Al final, más allá de esa mirada analítica, está el cariño que les vas cogiendo. Es normal, entonces, que Cuando muera un escritor sea como si te naciese un vacío de páginas, una ausencia de palabras futuras, de momentos vividos al calor del abrazo de sus párrafos.

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