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martes, 14 de abril de 2015

ESO QUE ESCRIBIR TE DA

Eso que escribir te da, esa especie de intangible mezclado con la angustia que produce no saber si habrá una frase siguiente, esa especie de bálsamo para los malos momentos y de canalización de los buenos. Escribir como remedio para todo, como forma de ordenar las ideas o de crear tu propio mundo. Ante el texto eres el demiurgo de cuantos materiales alberga la vida, la tuya y la de los demás como seres sociales que somos. Escribir, desde un diario hasta un poema épico de seis mil hexámetros; redactar para huir de todas las preguntas sin respuesta que plantea la vida, para sobrevivir en este mundo a veces tan hostil.
Si sobrevives, amigo, a la hoja en blanco, a ese páramo compuesto por nada - ese archivo que, no puedes olvidarlo, abriste el otro día en el escritorio para que te señale acusador si no lo llenas con palabras - algo empieza a nacer al mundo desde dentro de ti. Eso es impagable. Contar sílabas para olvidar los problemas, articular la amalgama de argumento y personajes para gritar cosas a la gente entre el sutil susurro del teclado o del bolígrafo. 
Escribir también da problemas: como el ya mencionado miedo. No existe el concepto de desarrollo por acumulación, y cada vez que acabas algo, por bueno que sea, nada te garantiza que lo siguiente vaya a valer más que el papel en el que está impreso. Es una lucha constante, titánica, pero también algo que escoges, a lo que nadie te obliga, una forma de ver el mundo, de reconstruirlo en tu cabeza, de dotarlo de una forma comprensible ante la perplejidad de la vida. Si lo has decicido, si esta es definitivamente tu forma de estar en el mundo, ya no hay vuelta atrás, sólo las palabras supondrán la redención necesaria, solamente a través de ellas podrás alcanzar algún día una improbable conclusión.
Escribir no es fácil, pero no veo otra forma de hacer las cosas, de comprenderlas.

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