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jueves, 16 de abril de 2015

ESCAPARATE NECRÓFILO

Me da un poco de vergüenza escribir sobre las muertes de Galeano y Grass porque no los he leído. Ya he dicho aquí algunas veces que soy un lector disperso y desordenado y a ambos los tengo en mi archivo de pendientes. Ahora los escaparates de las librerías se llenan de libros de ambos, como si se tratase de monumentos funerarios a las letras perdidas, a todas esas palabras que ya no van a escribir. Las librerías están condenadas, en su lucha por la supervivencia, a vivir de la necrofilia lectora, además de los receptores de grandes premios como el Cervantes o el Nobel. La literatura nace con vocación de eternidad, pero el mercado literario vive muchas veces de la inmediatez, como cualquier mercado.
En el escaparate de la antigua librería Michelena, legendaria ya en la memoria de los bibliómanos pontevedreses, había una pegatina en la que rezaba: "esta librería tiene libros para siempre", manifestando así su vocación de verdaderos libreros, que sabían que un la vida de un libro transcurre a veces lenta, parsimoniosa, pero incansable si de sus páginas nace eso que convierte la literatura en arte. Entrabas en aquel templo librero y podías respirar tinta, historias y estilo. Un buen librero es como ese carnicero que puede contarte la biografía de la ternera que estás comprando, y su árbol genealógico hasta la quinta generación. Alguien que sabe lo que vende y, es más, que no sólo vende, sino que con cada transacción te trasmite un legado, un esfuerzo por agrandar la huella humana en esta pequeña piedra espacial que habitamos. Un buen librero es un suicida, un valiente que se lanza a pecho descubierto al campo de batalla del capitalismo con algo virtualmente innecesario, aparentemente prescindible para nuestra existencia como especie, pero con el conocimiento secreto de que en sus anaqueles alberga algo que nos desfine como tal. Cuando curioseo las secciones de libros de las grandes superficies no encuentro el alma por ninguna parte, a pesar de mi habitual defensa de los bestsellers; sus estanterías se llenan de libros en formato grande con vocación efímera, de impacto económico inmediato, y nadie allí ha de explicarte que tal autor escribe mejor o peor. Los libros se venden como carne envasada al vacío, con fecha de caducidad.
Tanto Galeano como Grass fueron, a su modo, aspectos de la conciencia humana. El primero dando voz a tantos afónicos del mundo - afónicos  porque nadie quiso nunca escuchar sus gritos - y el segundo contando un horror que él vivió en primera persona, embutido en el uniforme de los que lo crearon. Cuando un escritor honesto muere el alma de la humanidad se queda un poco huérfana y sus libros pasan a venderse más porque a todos los aficionados a las letras nos queda la mala conciencia de no haberlos leído lo bastante en vida. Así mismo, cuando una librería cierra es como cuando cierran esa taberna a la que tu padre te llevaba de pequeño, es como si te cercenasen la existencia.

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