visitas

lunes, 8 de abril de 2013

TODA BUENA LECTURA ES UN ROMANCE



          En portugués, a la novela como la entendemos los castellanoparlantes se le llama romance, así que me voy a apropiar del juego de palabras para seguir indagando en la relación que establecemos con la lectura. Me gustan las novelas largas de escritores muy buenos; lo cual, dicho así, suena una tontería. Ahora que estoy leyendo Ruido de fondo, de Don DeLillo, es como si se estableciese una simbiosis con su estilo, con lo que cuenta y cómo lo hace. Esa sensación la tuve de forma especialmente intensa con Orlando,  de Virgina Woolf. La novela, para mí, es el género literario por excelencia, aquel en el que cabe todo, en el que uno se puede sumergir en la historia que conforma ese mar de palabras. Es también lo que yo siempre quise escribir.
            En la entrada Voy a leer una novela de ochocientas páginas hablaba del tiempo que me lleva decidirme a leer un libro tan largo, pero es que es como escoger una novia, alguien con quien vas a compartir tu vida durante un período indeterminado de tiempo. Últimamente, como cogí carrerilla, se trata apenas de una semana o, como mucho, dos. Aún así hay tantos libros en el mundo que me cuesta escoger por esta indecisión vital que me caracteriza.
            A donde quiero llegar es a esa relación que establecemos con lo que estamos leyendo si realizamos una lectura consciente. De repente una buena parte de mi tiempo lo voy a pasar sumergido en el texto, y cuando un escritor ha realizado tan magno trabajo nos sumerge en su mundo como si de un momentáneo matrimonio se tratase. Cuando recuerdo un libro no sólo pienso en las palabras, sino en los momentos que pasé leyéndolo y la intensidad con la que el autor consiguió arrastrarme hacia su mundo. Esto pasa especialmente con la novela por una cuestión de extensión que se traduce en tiempo de lectura. Al final, uno acaba abrazando al libro por momentos, cuando nadie lo ve, para dejar entrever que nos ha seducido, que acariciamos sus palabras como si de un cuerpo se tratase. Muchas veces tengo que evitar leer demasiados libros seguidos de un mismo autor para evitar contagiarme de su estilo, hecho que me sucedió en su momento con Paul Auster, durante los días en que yo terminaba de escribir mi novela.
            Es posible que esta perspectiva la vivan sólo los escritores y los lectores especialmente apasionados; pero es que yo siempre fui un sentimental, y no hay arte que haya formado  parte de mis sentimientos en la dimensión en la que lo ha hecho la literatura. Así, se entrecruzan las lecturas como si de veleidades sentimentales se tratasen, marcándonos en grietas del alma que creíamos seguras.

3 comentarios:

  1. Genial, magnífica entrada, me ha encantado. Me gusta la metáfora del noviazgo y las novelas largas, también me ha pasado lo de leer todo sobre un autor y contagiarte del estilo, me pasó con Murakami, con Rubem Fonseca, en menor medida con Auster, en fin. Me gustó mucho.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Roselbet por todo lo que comentas. Me gusta que la gente participe, que para eso está el formato blog. A mí me pasó más con Auster en una época, y tuve que parar para que en la novela que estaba escribiendo no se traspapelase el estilo. También me pasó, mucho antes, con Márquez, Rulfo, Cortázar.... con todos esos que escriben como me hubiese gustado hacerlo a mí.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Toda la razón. La mentada búsqueda del propio estilo. Genial y gracias a ti...

      Eliminar