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lunes, 21 de abril de 2014

ADIÓS, GABO



            Ya está bien; no voy a hacer un homenaje intentando imitar su estilo, ni aplicando el realismo mágico que él también cultivó. Ya está bien porque en estos últimos años se han muerto Benedetti, Carlos Fuentes, Leopoldo María Panero y ahora Gabriel García Márquez, porque si hay un cielo para grandes escritores debe estar acumulando su lista de espera. Hoy, tras estos días de homenaje global, me siento todavía más cabreado que entusiasta por escribir algo en su honor.
            Ya he explicado unas cuantas veces que hay libros que te abren puertas a nuevas concepciones de la literatura, que te hacen ver que otra forma de hacer las cosas es posible. Gabo fue mi puerta más grande, la más definitoria de lo que vendría a ser mi posterior viaje por la lectura. Hace ya una infinidad de años, cuando tenía dieciséis, mi prima Leonor puso en mis manos un ejemplar nuevecito de Cien años de soledad, recién comprado en la ya extinta librería Michelena (que era un templo). Yo no tenía ningún tipo de referencia sobre García Márquez, de verdad. Y fue la gran puerta de entrada.
            Tras leer las consabidas primeras líneas que casi todos podemos recitar de memoria “Ante el pelotón de fusilamiento…”, un mundo nuevo se abría ante mí – frase tópica donde las haya – pero no era sólo el universo de García Márquez, con su infinito talento para contar historias y su ritmo endiablado. Era el mundo de Rulfo, Cortázar, Onetti, Fuentes, Mariano Azuela, Alejo Carpentier, Vargas Llosa y todo ese largo etcétera que compone la literatura hispanoamericana. Para mí Gabo fue el salto al otro lado del océano; supuso el nacimiento de una pasión por toda esa exhuberancia literaria. A Gabriel le debo sus historias y las historias de muchos otros, porque empecé con él, y fue la mejor forma de empezar.
            Ha muerto en familia, con discreción, como sabiendo que la locura de los homenajes vendría después, y a una edad en la que es casi normal morirse. Sin embargo no puedo evitar seguir enfadado porque ya no va a escribir más y porque, en parte, cuando alguien así se muere también lo hace parte de tu imaginario. Decía Ovidio en Las Metamorfosis: “yo no moriré, pues ahí donde lleguen los brazos del Imperio la gente me leerá”. Y así será, todo el mundo se empeña en decirlo, con Gabo, pero se nos han muerto sus libros futuros, nonatos, llenos de palabras que no verán la luz. Estos días Aracataca está afónica, Macondo se hunde en las aguas del tiempo, o se la lleva el viento, no sé, todavía no se me ha pasado el cabreo y no puedo ser muy lúcido.
            Va por ti, Gabo, gracias y buen viaje.
           

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