Ya está bien; no voy a hacer un
homenaje intentando imitar su estilo, ni aplicando el realismo mágico que él
también cultivó. Ya está bien porque en estos últimos años se han muerto
Benedetti, Carlos Fuentes, Leopoldo María Panero y ahora Gabriel García Márquez,
porque si hay un cielo para grandes escritores debe estar acumulando su lista
de espera. Hoy, tras estos días de homenaje global, me siento todavía más
cabreado que entusiasta por escribir algo en su honor.
Ya
he explicado unas cuantas veces que hay libros que te abren puertas a nuevas
concepciones de la literatura, que te hacen ver que otra forma de hacer las
cosas es posible. Gabo fue mi puerta más grande, la más definitoria de lo que
vendría a ser mi posterior viaje por la lectura. Hace ya una infinidad de años,
cuando tenía dieciséis, mi prima Leonor puso en mis manos un ejemplar nuevecito
de Cien años de soledad, recién
comprado en la ya extinta librería Michelena (que era un templo). Yo no tenía
ningún tipo de referencia sobre García Márquez, de verdad. Y fue la gran puerta
de entrada.
Tras
leer las consabidas primeras líneas que casi todos podemos recitar de memoria “Ante el pelotón de fusilamiento…”, un
mundo nuevo se abría ante mí – frase tópica donde las haya – pero no era sólo
el universo de García Márquez, con su infinito talento para contar historias y
su ritmo endiablado. Era el mundo de Rulfo, Cortázar, Onetti, Fuentes, Mariano
Azuela, Alejo Carpentier, Vargas Llosa y todo ese largo etcétera que compone la
literatura hispanoamericana. Para mí Gabo fue el salto al otro lado del océano;
supuso el nacimiento de una pasión por toda esa exhuberancia literaria. A
Gabriel le debo sus historias y las historias de muchos otros, porque empecé
con él, y fue la mejor forma de empezar.
Ha
muerto en familia, con discreción, como sabiendo que la locura de los homenajes
vendría después, y a una edad en la que es casi normal morirse. Sin embargo no
puedo evitar seguir enfadado porque ya no va a escribir más y porque, en parte,
cuando alguien así se muere también lo hace parte de tu imaginario. Decía
Ovidio en Las Metamorfosis: “yo no
moriré, pues ahí donde lleguen los brazos del Imperio la gente me leerá”. Y así
será, todo el mundo se empeña en decirlo, con Gabo, pero se nos han muerto sus
libros futuros, nonatos, llenos de palabras que no verán la luz. Estos días
Aracataca está afónica, Macondo se hunde en las aguas del tiempo, o se la lleva
el viento, no sé, todavía no se me ha pasado el cabreo y no puedo ser muy
lúcido.
Va
por ti, Gabo, gracias y buen viaje.
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