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viernes, 14 de febrero de 2014

LA POESÍA NO SIRVE PARA LIGAR

Yo querría estar escribiendo un homenaje a Julio Cortázar, ya que esta semana fue su centenario, pero no me salen más que pretenciosos artículos al estilo de las reseñas de los periódicos; sí, esas que le encargan a los becarios. Me lío un pitillo y, antes de irme a la ventana a fumarlo, pienso que no, que a pesar de mi admiración eterna por el autor de Rayuela, independientemente de que sea uno de esos escritores que hacen con la literatura lo que me hubiese gustado hacer a mí, no voy a ser capaz de escribir una entrada que esté a la altura.
Fuera llueve a Dios dar y allá, en algún punto de la civilización (estoy en mi casa de la aldea) es San Valentín. Y he de decir que no albergo simpatía alguna hacia esa fiesta, y no es por snobismo, pues yo santifico la navidad, Fin de Año, carnavales, Semana Santa y demás fiestas en torno a las cuales se articula nuestro calendario. Simplemente es el artificio que este día supone lo que me pone del hígado. Además, este es un blog de literatura y no viene a cuento ponerse hablar de San Centro Comercial con Corazones.
Con mis pulmones un poco más manchados, me invito a mí mismo a reflexionar sobre mi rol de poeta, en esos días en los que me levanto en verso, y a pensar en el papel que juega la poesía en el sutil arte de la seducción: generalmente ninguno.
Con esto de que se me daba relativamente bien escribir, he intentado a través de los años poner las palabras al servicio de mis empresas amorosas. El resultado es que las más de las veces me he sentido un ingenuo quinceañero que le escribe un poemita (por bueno que este sea) a su compañera de pupitre. En defimitiva, la poesía no sirve para ligar.
"Has de ligar la hostia con esto de los poemas", te dicen, y más desde que saben que escribo poemas a mujeres desnudas, y a mi me gustaría sonreír de forma cómplice y guardar un silencio discreto, señal de que un caballero no cuenta esas cosas, pero también de que sí, de que se liga y mucho. Mentira, todo mentira. Le pregunté a una de mis mejores amigas por qué era tan mal método y me respondió de forma muy directa: "porque no es suficiente, las palabras nunca son suficientes".
Así que tenemos bien claro que San Valentín, el maldito San Valentín, no tiene nada que ver con la poesía, así que prescindamos de las milongas al uso. Me fumo otro pitillo y vengo.
De nuevo frente al ordenador, me gustaría que vimiese un cronopio y me inspirase un lúcido texto sobre mi admirado autor de acento extraño, pero como no es el caso voy a continuar con el tema que, al menos, hacía avanzar el texto.
En la mayoría de los casos, una mujer se siente halagada cuando ve que ha inspirado unos versos bien escogidos, con imágenes novedosas y un ritmo que parece una caricia. Pero por lo demás, ese halago te deja en un buen lugar de amigo que ha tenido la deferencia de dedicar a ella un pedazo de su actividad artística, repartiendo los desvelos entre la métrica y su presencia. Nada de eso va a hacer que acabe en tu cama, o compartiendo contigo el trance de la vida, teniendo hijos y envejeciendo a tu lado. Los poemas de amor, género que cultivo bastante poco, se estrellan contra un muro de miradas tiernas y eterna consideración. Pero de amor, de atracción sexual... pues nada. A veces desearía ser un cani y prescindir de este elitismo que me hace buscar mujeres a las que es tan complicado llegar. Por poner un ejemplo cito aquí a Brais Ocampo, que decía que a las filólogas no te las puedes ligar con un poema, porque es como hablarles del trabajo.
Llego al final de la entrada sin hablar de Cortázar, de sus famas y cronopios y de su ruptura con el concepto clásico de novela, porque estoy ocupado en quejarme de la inutilidad de la poesía en los, como los llamaba Gil de Biedma, trabajos de amor dispersos, y también en el amor verdadero, si es que eso existe. Ser escritor, más allá de que algún día te reporte beneficios económicos, sólo sirve para ser escritor. En sí mismo es una tarea edificante, que te ayuda a aclarar el pensamiento, a construír un mundo propio mediante la arquitectura de las palabras, a sentirte - por momentos - único: pero para ligar... no, para eso no sirve. No a mí, al menos.

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