LAMENTO DE DOMINGO
Voy a quejarme un
poco,
ahora que paso de los
treinta,
de que tengo barriga,
me clarea la
coronilla,
no corro tanto como
antes y,
desde luego,
no follo tanto como
antes
–
que ya no era mucho –.
Aunque esté, en teoría,
en
la edad perfecta,
esa
que te venden en los anuncios,
la
que protagoniza las películas
y
acude a los concursos,
no
me veo ni útil ni creativo,
ni
paseando en lancha
con
el pelo al viento
y
la camisa desabrochada,
o
tocando la guitarra
en
lentos atardeceres
(tengo
que dejar de ver
tanto
la televisión).
Hago
las mismas cosas de siempre,
pero
con mucho menos entusiasmo,
como
si la energía
se
hubiese quedado en algún lugar,
como
si esa pasión,
que
debería tener
por
la vida,
por
el futuro,
aunque
sea ese futuro de mierda
que
nos están construyendo
con
saña
desde
el gobierno
(escribo
esto en diciembre de 2013),
se
me olvidase atrás,
en
algún mal verso.
Ahora
me dedico a esto:
escribo
poemas llenos de prosa,
bastante
torpes
porque
nunca fui poeta,
o
por lo menos no lo suficiente
para
que tanta vida
no
chirríe
en
medio de la lírica,
para
que más que poesía
no
parezca otra cosa
que
escribir sin llegar
al
final de la línea.
Antes,
al menos,
introducía
por aquí o por allí
alguna
imagen acertada
que
le diese lustre
a
lo que escribiese,
pero
hoy no me apetece;
hoy
prefiero que las palabras
suenen
a charla espesa de domingo
hablando
como sin ganas,
del
mismo modo
que
suena
el
avance de los días
pasados
mis treinta.
Gracias Ángela; no te preocupes, este poema ya tiene unas semanas. Me alegra saber de ti...
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