Uno de los pocos comentarios que
alguien publicó en este blog (a ver si la gente se anima) vino desde Brasil, en
la entrada titulada Elogio de las
canciones, y me recordó que, además de los cantautores en español, hay en
mi acervo musical una grata presencia de músicos brasileños. Entre ellos quiero
citar, sobre todos ellos, a Chico Buarque de Holanda, cuyas letras de
implicación política mezcladas con imaginería poética me llegan al alma (pocas
canciones he escuchado como Calice,
que fácilmente podréis encontrar en el Youtube). También podría citar a Caetano
Veloso, como no, y al insigne poeta que era Vinicius de Moraes, cuyo libro O operário en construçao demuestra su
talla lírica. De todos modos, esta entrada no era para hablar de la música del
Brasil, pero era de justicia mencionarlos, así como también, en esta orilla, a
José Afonso.
Quería
hablar de músicos nuevamente. Si algo envidio de los músicos es la sociabilidad
de su arte. El músico compone muchas veces en solitario, pero comunica, se une
a otros músicos y crea sinergías que dan lugar a nuevas obras. El escritor es
un animal solitario, salvo excepciones. Uno se encuentra a solas con el
cuaderno o el ordenador, peleando por colocar cada palabra en su lugar y
extraer contenidos interesantes y nuevos de algo tan utilizado por todo el
mundo como es el lenguaje. De ser un dictador temería más a los músicos que a
los escritores, pues ellos llegan a cualquier sitio, la gente los canta en
susurros si hace falta. Los escritores carecen de tal visibilidad, aunque
también se haya tratado de silenciarlos, y mucho, a lo largo de la historia.
Si
hablásemos en términos sexuales, para mí la música en colaboración sería el
equivalente a tener relaciones y la escritura correspondería más bien a una
labor onanista. Varios amigos míos tienen un grupo de rock, y se juntan varias
tardes a la semana para ensayar. Crean juntos, desarrollan las ideas en
conjunto. Yo, cada vez que necesito escribir, me encuentro a solas con mi
propio universo. Es quizás por eso por lo que le tengo tanto cariño a los poemas
de desnudos, porque fue la única ocasión de escribir en colaboración con una
segunda persona que, aunque no interviniese en el texto, era la esencia del
mismo. Monterroso decía que no hay que quejarse por escribir, que es una opción
personal, un vicio como otro cualquiera y que si se pasa mal no hay más que
dejarlo. Estoy de acuerdo en esencia, pero no sé si podría dejarlo.
Muchas
veces, en el bar, cantamos en conjunto canciones que nos gustan; las cantamos
en una dinámica que con frecuencia hemos heredado de temporadas en otros bares
y que forman parte de nuestro imaginario musical colectivo. La música da pie a
estas “terapias de grupo” y nos hermana como pocas veces consigue el texto
destinado a ser leído. También ahí encontramos literatura, pero de mucho más
fácil acceso. Si la épica clásica se escribía en verso para su mejor
memorización por algo sería, eran textos para ser leídos en voz alta y para que
pasasen a formar parte de la memoria colectiva. Con las canciones actuales pasa
lo mismo, por eso me alegro tanto cuando un buen poema es musicado por alquien
que sabe hacerlo, porque, como ocurre con La
leyenda del tiempo, de Lorca, de repente gente que nunca había leído al autor
recibe el mensaje de sus versos.
La
música es, quizás la labor artística de mayor impacto en la colectividad, y
cuando, como en muchos buenos músicos, va acompañada de letras bien hechas, de
gran literatura escrita para ser musicada, es como si el pentagrama hiciese el
amor con las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario