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lunes, 11 de febrero de 2013

ENVIDIA DE LOS MÚSICOS (ELOGIO DE LAS CANCIONES II)



Uno de los pocos comentarios que alguien publicó en este blog (a ver si la gente se anima) vino desde Brasil, en la entrada titulada Elogio de las canciones, y me recordó que, además de los cantautores en español, hay en mi acervo musical una grata presencia de músicos brasileños. Entre ellos quiero citar, sobre todos ellos, a Chico Buarque de Holanda, cuyas letras de implicación política mezcladas con imaginería poética me llegan al alma (pocas canciones he escuchado como Calice, que fácilmente podréis encontrar en el Youtube). También podría citar a Caetano Veloso, como no, y al insigne poeta que era Vinicius de Moraes, cuyo libro O operário en construçao demuestra su talla lírica. De todos modos, esta entrada no era para hablar de la música del Brasil, pero era de justicia mencionarlos, así como también, en esta orilla, a José Afonso.
            Quería hablar de músicos nuevamente. Si algo envidio de los músicos es la sociabilidad de su arte. El músico compone muchas veces en solitario, pero comunica, se une a otros músicos y crea sinergías que dan lugar a nuevas obras. El escritor es un animal solitario, salvo excepciones. Uno se encuentra a solas con el cuaderno o el ordenador, peleando por colocar cada palabra en su lugar y extraer contenidos interesantes y nuevos de algo tan utilizado por todo el mundo como es el lenguaje. De ser un dictador temería más a los músicos que a los escritores, pues ellos llegan a cualquier sitio, la gente los canta en susurros si hace falta. Los escritores carecen de tal visibilidad, aunque también se haya tratado de silenciarlos, y mucho, a lo largo de la historia.
            Si hablásemos en términos sexuales, para mí la música en colaboración sería el equivalente a tener relaciones y la escritura correspondería más bien a una labor onanista. Varios amigos míos tienen un grupo de rock, y se juntan varias tardes a la semana para ensayar. Crean juntos, desarrollan las ideas en conjunto. Yo, cada vez que necesito escribir, me encuentro a solas con mi propio universo. Es quizás por eso por lo que le tengo tanto cariño a los poemas de desnudos, porque fue la única ocasión de escribir en colaboración con una segunda persona que, aunque no interviniese en el texto, era la esencia del mismo. Monterroso decía que no hay que quejarse por escribir, que es una opción personal, un vicio como otro cualquiera y que si se pasa mal no hay más que dejarlo. Estoy de acuerdo en esencia, pero no sé si podría dejarlo.
            Muchas veces, en el bar, cantamos en conjunto canciones que nos gustan; las cantamos en una dinámica que con frecuencia hemos heredado de temporadas en otros bares y que forman parte de nuestro imaginario musical colectivo. La música da pie a estas “terapias de grupo” y nos hermana como pocas veces consigue el texto destinado a ser leído. También ahí encontramos literatura, pero de mucho más fácil acceso. Si la épica clásica se escribía en verso para su mejor memorización por algo sería, eran textos para ser leídos en voz alta y para que pasasen a formar parte de la memoria colectiva. Con las canciones actuales pasa lo mismo, por eso me alegro tanto cuando un buen poema es musicado por alquien que sabe hacerlo, porque, como ocurre con La leyenda del tiempo, de Lorca, de repente gente que nunca había leído al autor recibe el mensaje de sus versos.
            La música es, quizás la labor artística de mayor impacto en la colectividad, y cuando, como en muchos buenos músicos, va acompañada de letras bien hechas, de gran literatura escrita para ser musicada, es como si el pentagrama hiciese el amor con las palabras.

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