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martes, 30 de diciembre de 2014

LA AMBICIÓN DE LA EXCELENCIA

El miedo de Ivanov era de ínole literaria. Es decir, su miedo era el miedo que sufren la mayor parte de ciudadanos que un buen (o mal) día deciden convertir el ejercicio de las letras y, sobre todo, el ejercicio de la ficción en parte integrante de sus vidas. Miedo a ser malos. También, miedo a no ser reconocidos. Pero, sobre todo, miedo a ser malos. Miedo a que sus esfuerzos y afanes caigan en el olvido. Miedo a la pisada que no deja huella. Miedo a los elementos del azar y de la naturaleza que borran las huellas poco profundasl Miedo a cenar solos y a que nadie repare en tu presenciua. Miedo a no ser apreciados. Miedo al fracaso y al ridículo. Pero sobre todo miedo a ser malos. Miedo a habitar, para siempre jamás, en el infierno de los malos escritores.

Roberto Bolaño, 2666.

Valga decir, aunque creo que esto ya lo he puntualizado alguna vez, que el arte y el mercado del arte van por separado, y la literatura no es una excepción. Es decir, que no está necesariamente relacionado el éxito con escribir bien. Sin embargo, la escritura es un juego de emisor y receptor, de escritor y lector. El problema está en que, además de querer que nos lean, tenemos la cabeza llena de referentes canónicos, de listones muy altos. Queremos ser buenos escritores y que nos consideren buenos escritores. A veces uno se conforma con contar una historia accesible, que llegue al lector rápidamente y que nos facilite seguidores y dinero. Pero la ambición literaria, la verdaderamente literaria, consiste en ser muy bueno. Decía Stephen King que le gustaría ser Roth o DeLillo, pero que tenía que asumir con honestidad sus limitaciones.
Borges dijo alguna vez que cambiaría toda su obra por una página perfecta, que perdurase a través de los tiempos y los gustos literarios. Este afán por la excelencia nos mueve a arriesgar, a pelearnos con nuestra capacidad creativa y estilística en busca siempre de una palabra más exacta, una metáfora más audaz o una descripción más acertada. Bien es cierto que en el riesgo está la posibilidad de error, pero como en todo juego se gana o se pierde.

De ahí nace el miedo que cuenta Bolaño en su excelsa novela, el pánico a la propia incapacidad, a que el resultado de tantas horas de trabajo no sólo no sea el que uno esperaba, sino que sirva además como evidencia de que estamos destinados a ese infierno que menciona, ese averno del olvido literario por demás justificado. Un sentimiento que nos lleva, a veces, a convertir las obras pendientes en futuribles - destinadas a un momento en que tengamos la capacidad de llevarlas a cabo - porque sabemos que en nuestra cabeza siempre son mejores que el resultado final. Decía en un poema (me azora un poco citarme a mí mismo, pero ahí va) que sin velas desplegandas nunca habrá viaje, y es cierto. Hay que atender lo justo al ego literario y confiar en lo que uno tiene dentro. Decía Bukosky que si piensas que no estás preparado hay que beber más cerveza. Lo que hace falta es arrojo y autocrítica, e incluso no tomarse demasiado en serio. Porque después de todo lo que hay que hacer si te consideras escritor es escribir. De ahí sale todo lo bueno y todo lo malo.

El éxito... bueno, eso es aparte.

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