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martes, 9 de junio de 2015

AYER QUE VI MIS VERSOS POR LAS CALLES



Por una iniciativa de alguien muy, muy especial, ayer amaneció Pontevedra con carteles en los que había poemas míos. Estarán ahí hasta que la lluvia los desgaste, o hasta que sean tapados por otros carteles en este devenir de la vida en el que el presente lo tapa todo, hasta el tiempo para pensar y leer. El caso es que están ahí, y ahora sé que siempre estarán ahí, aunque su presencia física se atenúe, aunque desaparezcan, porque quizás algún desconocido se haya parado en algún momento a leerlos, puede que alguien del que yo no sepa nunca haya sentido la ira que alberga Hojas secas, o el amor incondicional de Yo no esperaba nada, el caso es que ahora, por el tiempo que sea, existe esa posibilidad. Porque uno escribe porque siente, pero también para hacer sentir, para golpear conciencias con la realidad, con la propia lectura de la realidad. Y es que el que escribe, por introspectivo que sea, siempre quiere llegar, hacerse un lugar en el alma de la gente.
Busqué y fotografié los carteles, en este ligero egocentrismo de la creación artística, tan engorroso como necesario, y, por qué negarlo, los releí, me leí, para comprobar con la distancia del tiempo si todavía me gustan esos pequeños pedazos de mi forma de estar en el mundo. Y ahora siguen ahí mis versos a la intemperie, que es como yo me siento muchas veces ante este oficio no remunerado sin el cual no sería capaz de entenderme a mí mismo. Si alguien, algún día, llega a este blog por medio de la dirección que está impresa en los carteles sentiré esa emoción mezclada con pudor del que deja que lo atraviesen en canal porque ha convertido sus vísceras en palabras. Y si eso no ocurre, si simplemente alguien se emociona con ellos sin que yo llegue a saberlo nunca, esta materia que he depositado en el cosmos, tan ínfima como vital para mí, habrá servido de algo.
Así, al igual que cuando se publica un libro, andan los versos sueltos como palomas liberadas, sin GPS ni chip de localización, volando solas para ojos desconocidos, buscando posarse en el sistema de referentes de alguien, el que sea, o quizás solamente revoloteando por el cielo de la ciudad como si buscasen comida. Y quien los colgó por las paredes comprobará que me ha dado fuerzas para realizar nuevas sueltas, para dotar otra vez de alas a las palabras. Y me hace creer de nuevo en mi mismo.

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