Entre el choque de las espadas ha transcurrido la épica a lo largo de la historia de la literatura. Ya desde los grandes poemas épicos de Homero, historias de hombres y dioses, una hoja afilada estaba hecha para resolver los problemas. La literatura de espada y brujería, o fantasía épica, recoge el testigo de esta larga tradición que pasa por el Cantar de mío Cid o la Chanson de Roland. Salvando, claro, las distancias, pues estas dos últimas pretendían recrear hechos históricos con una forma literaria; el sentido de la épica está ahí desde siempre. Una vez introducido el tema - me gusta que a veces se vean las costuras de los textos - he de aclarar que esta es otra entrada de reivindicación literaria. Esta vez del género de la fantasía heroica.
Cuando estudiaba primero de B.U.P. yo ya venía de ser un niño fascinado por los universos de ficción medievalizantes. He jugado a rol toda la vida, por lo que lo de empuñar una espada aunque fuese de forma verbal formaba parte de mi vida. Fue entonces cuando leí El señor de los anillos y me imbuí de toda la fantasía tolkeniana, enraizada con la épica nórdica. Llegamos, en su momento, a organizar en Pontevedra un homenaje a Tolkien con un estrepitoso fracaso de público. Toda la dicotomía entre el bien y el mal, la corrupción de los hombres ante poderes superiores a ellos y esa habilidad para mostrar la batalla como perdida hasta el último momento sin perder fuelle me atrapó y me convirtió en un partidario convencido; después vinieron El hobbit y El silmarillion para terminar de convencerme.
Con los años abandoné un poco el género para reencontrarme con él gracias a esa obra magna en la que se está convirtiendo Canción de hielo y fuego, popularmente conocida como Juego de tronos. En ella se trata la fantasía de un modo más, digamos, realista, en el que las tensiones se producen por las luchas por el poder entre hombres. Ahora, lo reconozco, estoy de nuevo enganchado a las hojas afiladas, las grandes batallas y los dragones. El imaginario fantástico nutre nuestra ansia de recrear mundos complejos con unas normas más sencillas: honor, violencia... Admiro a todo autor capaz de construir un mundo propio, más allá de sus virtudes estilísticas. Martin no será recordado por su prosa, pero es capaz de desarrollar una sociedad con múltiples ángulos en la que la avaricia y la muerte están siempre presentes de forma despiadada. No hay buenos y malos en un modo estricto, sino personajes que se mueven por sus propios intereses y con los que simpatizamos más o menos. R. R. Martin contaba que se había basado en las historias de la mornarquía inglesa, y es quizás este hilo umbilical con la historia real lo que dota a esta obra fantástica de una plena identificación con nuestras vidas.
La fantasía ha sido siempre el género por excelencia con el que dejar volar la imaginación, y el género concreto de la espada y brujería es el canal para convertirse en demiurgo de tu propio mundo, como sucede igualmente con la ciencia ficción. Uno de mis grandes sueños como escritor desde niño, que alguna vez intenté cumplir con resultados nada reseñables, es poner a andar un mundo de este tipo, en el que el futuro se construya a base de largas rutas a caballo con la espada en la mano. Si Alonso Quijano se fascinó por la caballería hasta el punto de recorrer La Mancha lanza en mano, por algo será.
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