Esto de la era cibernética es tremendo. Uno de los más grandes aciertos de Zuckerberg ha sido crear un entorno, una especie de taberna global donde todo el mundo cuelga sus carteles en las paredes, recita los poemas que se le ocurren y comparte cosas que ha leído por ahí. Después, uno se queda atento a los aplausos, a que la gente diga que le ha gustado e, incluso que lo compartan en las demás mesas del bar. Eso demuestra que no somos tan diferentes de lo que éramos en tiempos analógicos. Para los escritores, especialmente para los poetas, adalides de lo breve, es algo sumamente vicioso.
Esta semana leí no sé dónde que lo que han creado las redes sociales es ese estar pendiente de la respuesta inmediata, del número de likes que se otorgan a cualquier cosa que publiquemos, lo que es, en resumen, estar esperando la aceptación del prójimo. Es una actitud que nos viene de perlas a los escritores, tan pendientes de la aceptación de nuestra Obra (un verdadero ególatra lo escribirá siempre con mayúsculas). Cierto es que siempre hemos escrito para que nos lean, salvo extraños ejemplos de pureza vocacional que se olvidan de que la teoría de la comunicación establece que hay un receptor ante el emisor. No menos cierto es que siempre he defendido la actividad artística como una rama del egocentrismo.
Es la rama de lo que he dado en llamar "poetas de Facebook", y me van a perdonar todos ellos, porque esto no es una crítica, sino una reflexión. Antes uno escribía en su casa y cruzaba los dedos porque, aunque fuese, lo leyesen sus amigos y familiares; ahora - y esto es en verdad una ventaja - publicamos de forma continuada en la red, casi sin darle tiempo a los versos a respirar, a coger polvo. En cierta forma controlamos bastante menos lo que damos al mundo. Esta inmediatez ha hecho mucho por la poesía, pues está experimentando un repunte en audiencia como nunca, y más de un poeta ha logrado el reconocimiento del público gracias a las herramientas digitales. Sin embargo, ha generado también mucho ruido. A poco que empieces a relacionarte con poetas - partiendo del supuesto de que entre los escritores exista una auténtica relación y no un intercambio de monólogos, como suele ocurrir - se te inundan las aplicaciones de redes sociales de textos escritos por ellos, con una profusión que, en mi caso, me hace sentir vergüenza por mi pereza creativa. Además, como no se trata de una aplicación que se dedique a compartir textos, de paso uno se informa de lo que ha logrado una maestra de Guinea Bissau con sus alumnos más desfavorecidos, de que el azúcar es más malo que la heroína y de que comer animales va a acabar con el planeta.
Es, como decía, ruido dedicado a hinchar nuestros egos. Reconozco que me hice un Facebook para difundir este blog, y funciona, ahora tengo más de dos lectores, puede que cuatro. Sin embargo tanto estímulo de contenidos mantienen mi mente distraída de la calma que a mí, personalmente, me hace falta para escribir. Demasiadas cosas, demasiada inmediatez. Termino un poema y ya lo estoy colgando aquí a ver si le gusta a la gente, y sé que seguiré haciéndolo porque, como todos, sueño con mi pequeño lugar en este parnaso moderno. A veces, tras estar un tiempo viviendo dentro de este círculo, te da ganas de decir como el señor Lobo en Pulp Fiction: "dejemos de comernos las pollas por ahora". Pero, en el fondo, es la misma dinámica de los pequeños círculos que nos hemos montado los poetas en cafeterías y centros sociales para leernos unos a otros, decirnos que todo es muy bonito y ocultar como podemos nuestra ofensa ante la crítica por constructiva que sea. Hay quien se mueve bien en esta ola de aceptación bienintencionada, y que produce mucho, y en realidad los envidio.
En fin, creo que hasta aquí ha llegado mi reflexión. Ahora la voy a publicar, y después compartir en mi página de Rodrigo Rey Escritor, y después en mi biografía de Facebook, y puede que comparta el enlace en algún grupo de whatsapp de mis amigos. Tal vez, a media tarde, consulte la cantidad de "me gusta" recibidos, pero bueno... tan sólo por ver....
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