A veces,
dentro de mí se desborda
un mar de palabras
y me agarro al papel
para que no me lleve la marea.
Hoy no hay rompeolas
que contenga la palabra Europa,
y es una buena oportunidad
para incluir el concepto alambrada
en un poema.
Hasta con métrica:
"Se inunda nuestra Europa de alambradas
del miedo que tenemos a su hambre".
(Eran, como podéis deducir,
dolidos endecasílabos).
Hoy, como decía,
no puedo evitar ahogarme
en estos versos
que traslucen cientos, miles,
millones de gritos
recogidos por las cámaras
como en una gran superproducción,
con la diferencia, eso sí,
de que los extras mueren de verdad.
Me sale, así,
esta versificación torrencial y desordenada,
llena de dolor y de vergüenza.
Si observásemos los principios
de la contención y la armonía,
en lo que a la composición poética se refiere,
cortaría por aquí, tacharía por allí...
hasta quedarme con las palabras
que en verdad
me han herido la lengua al recitarlas,
dejando así una especie de haiku,
facilitando los contenidos
para el consumo de la masa cómplice,
ignorante,
de dudosas intenciones
o,
por qué no decirlo,
mala.
Sería algo así como:
"El sueño de Europa
se ahogó en la orilla,
sangró en la alambrada;
murió por televisión".
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