Porque nosotros, gente práctica,
no sabíamos que nos buscábamos,
tardamos en darnos cuenta
de que nos habíamos encontrado.
Pero ahora surge una certeza,
de esas inapelables,
que perturba el diccionario;
ahora sabemos que cuando decíamos
amor
en realidad pronunciábamos
el nombre del otro,
y que la palabra
miedo
era un vacío,
una no palabra,
un fonema hueco.
Es así que amar es una lengua,
un infinito sistema
de signos y referentes
en el que un vocablo
agrupa el tiempo todo,
una mirada
cuenta el húmedo estallido,
la contracción cósmica
del placer sin medida
entre las sábanas.
Tenemos claro ahora
que hablamos igual,
que hablamos lo mismo,
aunque no lo hayamos aprendido juntos.
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