Uno quiere escribir, de verdad que quiere sentarse horas y horas delante del ordenador, pero a veces, por mucho que lo hagas, si no tienes la mente clara te enfrentas a un vacío que da mucho miedo. El momento delante de la hoja en blanco, ahora pantalla, es la personificación del vértigo, es el uno contra uno - utilizando un símil futbolístico - del escritor. No hablo de lo difícil de la primera línea cuando uno tiene algo que contar, sino de ese período en blanco que todo el que escribe pasa alguna vez.
Y te planteas que deberías tener un horario, que estaría bien ser disciplinado y que la inspiración te tiene que pillar trabajando. Todo esto es cierto, pero la literatura no es una ciencia exacta, y su creación menos. En la pelea uno siempre sale perdiendo, y sólo de vez en cuando encuentra una momentánea victoria. Últimamente me cuesta más, no sé si es porque hay cosas que ocupan mi mente o porque no me centro; así que escribo esta entrada para "soltar la mano" y, ya que siempre reflexiono sobre el hecho de escribir, hablar del no hacerlo, del menos uno.
Nadie se puede quejar de lo duro que es escribir, decía Monterroso, porque es algo que uno elige hacer. Yo estoy de acuerdo, pero cuando tienes el cuerpo lleno de palabras hasta el punto de hacerte sentir incómodo, la incapacidad de fijarlas, de darle forma a esta saturación del idioma, te hace acumular frustración.
Cuando le preguntaron a Juan Rulfo por qué había dejado de escribir, respondió "se me murió mi tío Melitón, que me lo platicaba todo", una forma más de decir que se había quedado sin historias. A veces pasa, otras se pone de manifiesto que para escribir hay que centrarse. La calma es necesaria, y sin ella no es fácil hilvanar el sentimiento y la narratividad. La escritura es enemiga del ruido.
El bloqueo es un pozo, un lugar inmaterial del que cuesta salir, es como deshaucio del lenguaje. Yo no creo en las musas, ni casi en la inspiración, creo más bien en momentos en los que tu mente reacciona ante el deseo de escribir de forma ágil, a veces hasta pletórica. Sin embargo, cuando eso no ocurre hay un miedo agazapado a no ser ya capaz, a despertarse de un sueño en el que creíste ser escritor.
Pero bueno, hay que tener fe, las palabras volverán...
Manual para malditos, Entreversados
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