En
cada familia
hay
una abuela diciéndote:
“deja
que lo haga tu hermana,
que
es una mujer”,
un
padre que te pide
que
cuides de ella
y
que no vaya sola.
En
cada hoga
hay
un
“tú
así no sales de casa”;
siempre,
siempre un
“qué
pensarán”
que
hará que de una forma u otra
parezca
una puta.
Hay
también una madre que expone
que
eso, aquello o lo otro
queda
feo en una mujer
o
que se levanta de la mesa
cuando
su marido pide un segundo plato.
Sé
que todo esto son lugares comunes,
que
todos los años,
en
veinticinco de noviembre,
alguien
escribe cosas parecidas en su muro de facebook
y
los adolescentes las leen,
y
comparten memes en los que se dice
que
si pegas a una mujer no eres hombre,
para
después, el sábado,
controlar
los whatsapps de su novia,
mear
en sus piernas para marcar territorio
y
no te acerques a ella que es mía.
Pero
es que la realidad se construye
con
esos lugares comunes
que
hacen que casi pueda tocar la cuerda
que
va desde tu abuela a la bofetada,
a
la humillación,
a
la muerte engalanada de pancartas
y
minutos de silencio,
de
gestos solidarios,
de
veinticincos de noviembre.
Así
que sí,
yo,
hombre
en la medida de lo que este mundo
te
deja ser hombre,
a
veces libre por pequeños momentos
puede
que cuando el mundo no mira,
voy
a escribir el típico poema de estas fechas,
como
quien canta un villancico en Nochebuena
o
decide escribir algo en gallego el diecisiete de mayo.
Dirán
que es coyuntural,
pero,
ya
que no puedo cortar la cuerda,
igual,
por un segundo,
puedo
hacerla vibrar
y
volverla visible.
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