For the times, there are a changing...
Bob Dylan
Estaba yo de viaje cuando escuché la noticia (hay noticias que hay que escuchar por la radio): Bob Dylan premio Nobel de literatura. Me pareció escuchar mal, así que permanecí atento hasta que lo confirmaron. Y era cierto: un cantautor gana el máximo galardón literario del mundo, el premio a toda una carrera. Es un caso extraño y desató una fuerte polémica en la prensa y en las redes sociales, acusando a la Academia sueca de populismo, esa palabra tan de moda, y de fomentar el intrusismo profesional. Nunca cae el Nobel a gusto de todos.
Yo quería a Philip Roth, lo reconozco; llevo años deseando que le otorguen el galardón antes de que se nos muera y pase, junto con Borges o Cortázar, al olimpo de las grandes plumas que nunca lo obtuvieron. Roth es autor de una obra monumental, inmensa, llena de fuerza y talento, y antes de asumir su propia decadencia decidió retirarse honestamente y dedicarse a cuidar el jardín de su casa. Uno de los grandes que, espero, lo recibirá el año que viene o el siguiente.
Con esto no quiero decir que tenga nada contra la decisión del jurado sueco. En su argumentación lo erigían como símbolo de la revolución contracultural de los setenta que, para qué negarlo, cambió el mundo en la medida en que puede hacerlo un movimiento cultural, que es alterando algunas conciencias y rompiendo la perspectiva habitual. Dylan se carga de música para contar letras, para escribir historias y darle la vuelta al mundo. He de reconocer que no tengo un gran conocimiento sobre sus canciones, en su mayoría debido a mi pereza y el limitado conocimiento del idioma inglés, más todavía en la variante nasal y a veces ininteligible del cantante de Minnesota (he tenido que buscar la ortografía de este topónimo), sin embargo lo que me ha ido llegando me permiten adivinar la dimensión universal de sus letras y me hace pensar que ha sido un acierto premiarlo.
Hace tiempo publiqué en este mismo blog un par de entradas que titulé Envidia de los músicos, en las que exaltaba esa capacidad que tienen los cantatutores de expandir su mensaje a caballo de la melodía, algo que, por Dios, mataría por hacer algún día, pero el don de la música se me ha sido negado. Dylan representa todo esto: la música y la letra, el compromiso, la generación que se negó a creer en que el mundo sólo podía ser de una forma, los derechos civiles, las grandes pequeñas historias, y que los tiempos, como demuestra su galardón, están cambiando.
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