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miércoles, 20 de mayo de 2015

ESE VERSO QUE SIEMPRE NOS LLEGA

Porque todos fuimos adolescentes, con esa hipersensibilidad que te da el periodo de sobreabundancia de granos y hormonas, la inseguridad de las relaciones con uno mismo y con el sexo opuesto y la masturbación compulsiva. Ese mismo temblor del alma hace que nos relacionemos con los versos de una forma distinta. Y no me refiero sólo a la poesía impresa, sino también a su expresión musical. 
Cuando teníamos quince años andábamos por ahí en busca de algo, lo que fuese, con lo que identificarnos. Yo, que había sido un niño de leer mucho, encontraba en los poemas de Neruda algunas de las respuestas. Esos enamoramientos hiperbólicos, absolutos, imposibles, tanto que no son más que proyecciones de una necesidad en otro individuo (en mi caso la chica de turno), se traducen en periodos de soledad íntima buscando una palabra que compartir con nuestro sentir.
Así, recuerdo que los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, sobre todo el poema número veinte (sí, ese de "puedo escribir los versos más tristes esta noche") era como la biblia. Todos habíamos sentido eso, y en mi curso de letras puras siempre había quien lo tenía copiado en una libreta. Eran tiempos analógicos, en los que Internet era cosa del futuro, y copiábamos los poemas y las letras de las canciones mayormente a mano, o puede que en la copistería próxima al instituto. También grabábamos cassettes con la música que nos gustaba, escuchando La Gramola en M80 y esperando a que sonase nuestra canción para darle a record, lo que hacía que después de Celtas Cortos estuviese Maná... nadie es perfecto. Eran los mismos años en los que para atisbar sexo en la televisión tenías que esperar a televisiones locales (con el volumen bajo, por aquello de tus padres), porque no tenías Canal Plus.
Pero a lo que iba. Cuando estabas sensible, que era la mayoría de las veces, escuchabas mil veces una canción porque tenía ese par de versos que parecían hablarte a ti ("Como quieres ser mi amiga/ si por ti daría la vida", de Jarabe de Palo, insisto en que nadie es perfecto), porque aquella chica no te quería. Yo, además, me las daba de chico sensible y solemne, que escribía versos y tal, con la ilusión de que aquello ablandaría el corazón de las chicas. Nada más lejos de la realidad. También leías mil veces poemas tristes, sensibles, hasta sensibleros, por lo que aquel libro tan odiado por el propio Neruda con el paso del tiempo formaba parte de tu literatura de cabecera. Y también las rimas de Bécquer, por qué no, si después de todo parece poesía para adolescentes.

Con el tiempo crecí, y la adolescencia se me fue un poco, no mucho, y nuevos versos y canciones sustituyeron a los que habitaban mi sistema de referentes. Pero sé que ahí siguen todos ellos, como una especie de sustrato que abonó mi sensibilidad posterior. Y generaciones de adolescentes escucharán letras de amor, rebeldía y drogas en esa búsqueda eterna de alguien que los comprenda. Porque siempre hay un verso que nos llega. Ya sea de Extremoduro, Celtas Cortos, Los Suaves... o de Neruda, Becquer, Silvio Rodríguez. Siempre habrá algo que leamos o escuchemos que parezca escrito para nosotros.

miércoles, 13 de mayo de 2015

MÁS EXISTENCIALISMO, POR SUPUESTO

Uno, con el tiempo, va viendo pasar las cosas con perspectiva de narrador, esto es: imaginando cómo las contaría una vez me ponga delante del ordenador. Así, cada persona tiene su breve texto descriptivo, cada situación busca un estilo que encaje con ella. Es lo que en cualquier oficio se llama deformación profesional. Esto te hace ir por la vida con cara de ser escritor, lo que no significa exactamente escribir, sino mantener esa actitud de persona que lo cuenta todo. Y, además, si eres ese amigo en el que todos confían (a mí me pasa), tienes que tener muy claro el filtro que impida contar las intimidades de tus amigos.
Nunca supe definir de otra forma lo que significa ser escritor que como una actitud. La palabra vocación, en este neoliberalismo que te obliga al contínuo reciclaje, está muy denostada. Es, quizás, una suerte de rebeldía calmada que te obliga a sentarte y pensar en el mundo de la información compulsiva. Con muy poquitas cosas puedes construír el relato. Creo que ahora somos un poco como el robot de Cortocircuito ("¡Datos, datos, quiero más datos!"), por lo que la calma para escribir no nos llega, hay que buscarla.
Todo esto viene a tenor de mi anterior entrada, en la que reflexiono acerca de ser un escritor desconocido. En esto de la Internet te das cuenta de la diferencia: un escritor desconocido es como aquel que, en vez de follar, se masturba, vertiendo contenidos para nadie. Pero, llegados a este párrafo, voy a intentar establecer un poco de coherencia en este batiburrillo que he escrito hasta ahora:
Escribir es, parafraseando a Bukowsky, pelear a la contra. Y ahí hay que ignorar el sacrosanto mercado, no hay que ponerse de morros porque no se vive de ello o porque los lectores son escasos. Uno escribe porque quiere, como diría Monterroso, así que hay que estar dispuesto a vivir la narrativa de las cosas sin esperar recompensa. Poner un sustantivo, un adjetivo, una subordinada... y así trabajar sin descanso hasta motarse su propio universo. Y este universo es la única recompensa verdadera que otorga la dedicación a las palabras. Luego, si te haces famoso, rico, y sales en las páginas de crítica literaria de los periódicos pues mejor que mejor, porque por fin sientes que te tienen en cuenta. Decía Álex de La Iglesia que uno hace películas para que lo quieran más, y yo siento la escritura como si estuviese pidiendo mimos, abrazos de los lectores, será que estoy cariñoso. Es algo que sale de dentro, como los gases, que crece hasta anegarte el alma y desbordar en forma de tinta.

viernes, 8 de mayo de 2015

EXISTENCIALISMO BÁSICO DE UN ESCRITOR DESCONOCIDO

La cosa empieza cuando, desde pequeño, vas llenando libretas con poemas torpones y amagos de relatos. Y empiezas infinidad de novelas con el firme propósito de hacerte un hueco en la historia de la Literatura Universal (sí, con mayúsculas). Y lees, lees mucho, informándote también de las biografías de los autores. En algún momento sabes que Susan E. Hinton publicó Rebeldes con diecisiete años y ahí empiezan los problemas, porque tú ya los has cumplido y lo único que tienes es un segundo premio Ben veñas maio porque el primero lo declararon desierto, lo que te convierte en un segundón de ti mismo. El caso es que desde los ocho años has soñado con ser escritor, manteniendo en tu cabeza esa idea romántica de que un escritor no es sólo aquel que escribe, sino alguien que vive de escribir, que existe por y para la literatura, sin más ocupación que construír un mundo de palabras que encoja los corazones y agite las mentes de la humanidad.
Luego pasan los años, y llevado por la misma pasión estudias Filología Hispánica, con lo que te encuentras con la realidad de un universo literario que se abre ante ti, que ya estaba ahí para mucha otra gente con el mismo o más talento que tú, pero que parece puesto para nutrirte y convertirte en el escritor que, así lo crees, te mereces ser. Pasan los años y te encuentras con un título y más cuadernos emborronados, así como unas cuantas fotocopias y el paso por diversos talleres de escritura en los que la gente te dice que tienes talento (sí, te lo dicen) y te lo crees, vaya si te lo crees, porque la juventud es atrevida.
Un día, después de intentar convertirte en narrador, publicas un primer libro de poemas, y te ves elegido para la gloria porque los que asisten a la presentación te piden que se lo firmes, y te dicen que van a seguirte la pista (esto sucedió de verdad, que diría Kurt Voonegut), lo cual te llena de una extraña sensación de haber entrado en el engranaje. El caso es que has publicado con una editorial insignificante y tienes que vender tú mismo ejemplares de tu libro. Además, como no tienes un duro, te dedicas durante un verano entero a recitar poesía en la calle, con lo que vendes hasta doscientos ejemplares de un libro que acabará descatalogado, gracias a Dios, por discrepancias con el editor. Esto, lo de recitar en la calle, te convierte en personaje en una pequeña ciudad periférica, pero poco más. A partir de ahí la gente te conoce como "el poeta", cuando lo que quieres es ser narrador, insistes.
Vuelven a pasar los años y publicas una novela, por fin. La novela en la que has trabajado tres años, en la que vuelcas todo lo que han sido tus anteriores intentos de contar historias, y durante la presentación y los meses siguientes vuelves a creerte elegido para la gloria, pero, digamos, de una forma más matizada y humilde, porque vas viendo cómo funcionan las cosas realmente. A alguna gente le gusta la novela, a otra no, lo cual es señal de que no son indiferentes y esto es bueno. 
En algún momento comienzas a escribir poemas a mujeres desnudas, lo que suscita ironías de todo tipo, pero vas construyendo otro libro, un proyecto que nadie ha hecho antes. Mientras, comienzas un blog de literatura, y un día tienes cien visitas y crees que todo vuelve a empezar, pero de nuevo es mentira. Unos cuantos "me gusta" en tu recién estrenada página de facebook y ningún comentario. Te leen, como siempre, amigos y conocidos.
También está el festival, el XVI Festival de Poesía de la Mediterránea (gracias a Pedro Oliver por su fe), en el que vas como poeta invitado en medio de gente con trayectorias serias en su mayoría, y vuelves a firmar libros, y a recibir halagos. Los halagos, me paro aquí, son peligrosísimos porque te hacen perder la perspectiva. Durante una semana piensas que eso es un punto de inflexión, que de ahí hacia arriba. Y sigues leyendo las páginas de literatura de El País, acumulando biografías de escritores, amontonando lecturas en tu currículum y soñando con estar ahí algún día. Sin embargo, con el tiempo, te has dado cuenta de que ser escritor es escribir, nada más, es necesitar escribir, no publicar ni vender ni salir en las críticas de los periódicos o firmar ejemplares en la feria del libro. Eso es ser un escritor profesional, lo cual es un matiz importante.
Entonces cobras conciencia plena de lo que es ser un escritor desconocido, de vivir para y no de la literatura, de disfrutar contando historias sin acumular la frustración de ver cómo sólo las leen aquellos a las que se las envías por correo electrónico. Dejas de buscar los halagos y lo único que intentas es ser bueno, muy bueno, pero tampoco sabes si esto sucede, no puedes saberlo nunca.
Pero el sueño sigue ahí, intacto, el sueño de cuando tenías ocho años, diecisiete, veinticinco... un sueño indefinido, un algo, no se me ocurre otra palabra, que implica reconocimiento, dinero, sensación de haber llegado a algún sitio. Lo que ocurre, y lo que te mantiene vivo, es que ya has leído a Cavafis y sabes que el destino no es más que una parte del viaje, y que disfrutas, más que temerlos, de Lestrigones y cíclopes.

jueves, 7 de mayo de 2015

GEOGRAFÍA E HISTORIA


Estoy en medio de la elaboración de una de esas sesudas entradas, mientras, aquí va un nuevo y flamante desnudo. Lo escribí anteayer todavía. La modelo/amable voluntaria tiene todo mi agradecimiento y simpatía. Es un honor poder todavía convertir este tipo de intimidad en palabras. Ahí va, para compartir con vosotros mi entusiasmo por este proyecto, porque, como dice su título, no hay más verso que la piel.


GEOGRAFÍA E HISTORIA´

¿Hasta dónde me lleva el privilegio
de narrar la verdad de las verdades
que supone lo honesto de un desnudo?

Una historia resuelta en lo perfecto
de la línea que cuenta con mostrarse;
contundente respuesta a mi pregunta.

Geografía de lírica constante
que destila su métrica expandida,
entonando canciones con el ritmo
de la forma que rige su silueta.

De esta forma la escala de su cuerpo
es la el mapa que traza los relatos
y reescribe lo cierto y la belleza.

Un verano contado en una piel
con el aire del mar en su blancura
y a tierra y el tiempo entre sus poros.

Geografía e historia resumidas
se despliega y despeja interrogantes.